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Detrás de un ictus hay un trabajo multidisciplinar coordinado orientado a paliar sus secuelas. En él participan médicos rehabilitadores, fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales, logopedas y neurólogos. Gracias a su trabajo, las posibilidades de volver a la normalidad pre ictus se multiplican.
Un ictus es la interrupción de la circulación sanguínea al cerebro, bien sea por un trombo (ictus isquémico) o bien por un derrame (ictus hemorrágico), que puede precipitar la muerte o dejar secuelas importantes en el paciente: además de la pérdida de fuerza, son muy comunes la depresión (en el 64% de los casos), los problemas de memoria (incluida la demencia, ya que el ictus es la segunda causa más frecuente de demencia tras la enfermedad de Alzheimer), la afasia (problemas en el habla, la comprensión, la lectura y la escritura que afecta a un tercio de los supervivientes de un ictus) y la espasticidad (rigidez y tirantez de los músculos que interfiere seriamente en la capacidad para realizar actividades diarias), explica el doctor José Miguel Láinez, presidente de la Sociedad Española de Neurología (SEN).
¡A urgencias!
Desde la Sociedad Española de Neurología (SEN) recuerdan que los síntomas del ictus generalmente se producen de forma brusca e inesperada y, experimentar solo uno de ellos, ya es motivo de urgencia. Al tratarse de una enfermedad tiempo-dependiente, cuanto más temprana sea su detección, el acceso a las pruebas y al tratamiento, mayor será la probabilidad de sobrevivir a esta enfermedad y de superarla sin secuelas importantes. Aunque su tipología depende del área del cerebro que se vea afectada, los principales son:
- Alteración brusca en el lenguaje, con dificultades para hablar o entender.
- Pérdida brusca de fuerza o sensibilidad en una parte del cuerpo. Generalmente afecta a una mitad del cuerpo y se manifiesta sobre todo en la cara y/o en las extremidades.
- Alteración brusca de la visión, como pérdida de visión por un ojo, visión doble o incapacidad para apreciar objetos en algún lado de nuestro campo visual.
- Pérdida brusca de la coordinación o el equilibrio.
- Dolor de cabeza muy intenso y diferente a otros dolores de cabeza habituales.
Rehabilitar en equipo
La rehabilitación tras un ictus es un proceso coordinado en el que participan médicos rehabilitadores, fisioterapeutas, terapeutas ocupacionales, logopedas y neurólogos, entre otros profesionales, con el objetivo de “conseguir que el paciente pueda reintegrarse en su vida previa al evento del modo más funcional posible. Las áreas en las que actuar son:
- Servicios de Neurología: el paciente con ictus en fase aguda debe ser atendido en un servicio de Neurología, preferiblemente con una Unidad de Neurorrehabilitación. Esto disminuye la mortalidad y mejora la evolución. En esta unidad el tratamiento consiste en disolver los trombos que se han formado, mediante tratamiento farmacológico con fármacos fibrinolíticos (rt-PA) por vía venosa y, a veces, arterial; mediante tratamiento quirúrgico para extirpar la placa de ateroma formada o dilatar la arteria mediante una angioplastia con stent; o, si el ictus es hemorrágico, mediante la embolización del aneurisma con colis, sustancias que taponan las arterias dañadas e impiden que vuelva a romperse. En estas unidades también se trabaja en la prevención de los factores de riesgo para evitar la aparición de nuevos episodios: hipertensión arterial, enfermedades cardiacas, diabetes mellitus, etc.
- Fisioterapia: pasada la fase aguda, la fisioterapia “ayuda principalmente al reaprendizaje de los patrones de movimiento afectados mediante la neuro plasticidad: la capacidad del sistema nervioso de crear nuevas conexiones neuronales cuando se reciben estímulos. Se trata de un acompañamiento que incluye la rehabilitación posterior cuando los pacientes vuelven a casa: “Se analiza cómo hace el paciente una determinada tarea y se trabaja en las dificultades para ayudarle a crear nuevos patrones de movimiento mediante técnicas de facilitación para realizar dichas acciones de la manera más eficaz con el menor gasto energético”, señala Esther de Prado Zorzo, fisioterapeuta del Hospital Universitario General de Villalba.
- Logopedia: Teniendo en cuenta que las secuelas del ictus también pueden ocasionar trastornos en el habla y la deglución, también son necesarios servicios de Logopedia, ya que “siempre hay capacidad de mejora y un elevado porcentaje de recuperar estas funciones, aunque es importante que la rehabilitación se inicie lo antes posible y haya un tratamiento diario y continuo, trabajando en el domicilio y aplicando todo lo aprendido en el día a día”, asevera la logopeda Alexandra Palacios Zapata. Tras un ictus, lo más importante es evitar complicaciones añadidas: “Por ejemplo, tratar correctamente la disfagia para evitar broncoaspiraciones e infecciones tipo neumonía, promover la movilización temprana para evitar rigideces, favorecer los cuidados del lado parético, etc.”
- Terapia ocupacional: esta terapia “aborda la rehabilitación de miembro superior a nivel de hombro, codo, antebrazo, muñeca y dedos, intentando normalizar la sensibilidad y el tono muscular, a fin de conseguir el mayor movimiento posible para realizar las actividades de la vida diaria y así precisar de la menor ayuda por parte de un cuidador o familiar”, explica Elisabeth Rodríguez, experta en este ámbito del mismo hospital.
Para prevenir, ponte manos a la obra
“Cualquier persona puede sufrir un ictus, desde bebés hasta ancianos, pero se trata de una enfermedad en la que la edad es uno de los principales factores de riesgo y, debido al progresivo envejecimiento de la población española, se estima que en los próximos 20 años aumente cerca de un 40% el número de casos”, señala la doctora Mar Castellanos, Coordinadora del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología. No obstante, la edad no es el único factor de riesgo, sino que existen otros modificables en los que se puede trabajar para prevenir un posible ictus, como son la hipertensión arterial, la presencia de enfermedades cardíacas, tener diabetes, colesterol elevado, hábitos no saludables como el alcohol el tabaco u otras drogas (anfetaminas, cocaína, etc.), el sedentarismo y la obesidad. De hecho, más del 80% de los ictus se podrían evitar con medidas como dejar de fumar, limitar el consumo del alcohol, realizar ejercicio de forma regular, seguir una dieta mediterránea, evitar el sobrepeso y el estrés crónico y controlar adecuadamente la tensión arterial, el azúcar y el colesterol. “El mensaje positivo es que además de que se puede prevenir, hay formas de reducir significativamente su impacto”, destaca la doctora Mar Castellanos. Una manera de prevenir las secuelas es la activación de lo que se conoce como “Código Ictus”, un protocolo aplicado en hospitales en el momento en que se sospecha la presencia de un ictus y que determina la forma de actuar del personal hospitalario. “Reconocer los síntomas de un ictus, acudir cuanto antes a urgencias, aplicar terapias reperfusoras y manejar a los pacientes en Unidades de Ictus, son aspectos que pueden mejorar sustancialmente el pronóstico”. La activación del Código Ictus en todas las CC.AA. y la implementación (aún desigual), de Unidades de Ictus por todo el territorio estatal han permitido mejorar de una forma muy sustancial los tiempos entre que se detectan los primeros síntomas y se inicia el tratamiento, así como el pronóstico de los pacientes.
Diabetes y fibrilación auricular: riesgo x2
Es importante tener en cuenta que el riesgo de presentar un ictus es mayor en pacientes con diabetes y fibrilación auricular. En el caso de la diabetes, esta enfermedad es responsable del 20% de los ictus y de multiplicar por dos el riesgo de sufrirlo, al presentar elevadas concentraciones de glucosa en sangre.
La fibrilación auricular también predispone al ictus isquémico, que se produce por la oclusión de una arteria del cerebro debido a un coágulo que a su vez se genera en el corazón por una fibrilación auricular, una arritmia cardiaca que aparece con la edad, por el envejecimiento del corazón, o de forma precoz, si está sometido a situaciones de sobrecarga y estrés, como, por ejemplo, ante la hipertensión arterial mantenida.
Los expertos explican que existe una relación bidireccional entre la fibrilación auricular y la diabetes (casi un 40% de los pacientes con fibrilación auricular padece diabetes, lo que aumenta entre 5 y 7 veces el riesgo de sufrir ictus), ya que ambas comparten factores de riesgo como la obesidad, la edad y la hipertensión, y el hecho de que convivan ambas condiciones hace que sea más compleja la prevención del ictus.