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“La actual epidemia mundial de obesidad se produce en paralelo al calentamiento global asociado al cambio climático”, ha afirmado Marta Giralt Oms, catedrática del Departamento de Bioquímica y Biomedicina Molecular de la Universitat de Barcelona (UB), durante su intervención en el XX Congreso Nacional de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO). En este foro, la experta analizó la relación recíproca y de retroalimentación entre la obesidad y el calentamiento global, destacando que ambas problemáticas se agravan mutuamente.
Según la investigadora del Instituto de Biomedicina de la Universitat de Barcelona (IBUB) y del CIBEROBN, “la evidencia epidemiológica sugiere que el aumento de las temperaturas ambientales está contribuyendo a las crecientes tasas de sobrepeso y obesidad a nivel mundial”. Además, Giralt indicó que el calentamiento global impacta la producción de alimentos, provocando tanto malnutrición como una alimentación obesogénica. “El cambio climático afecta también al gasto energético, reduciendo la actividad física y minimizando la necesidad de termogénesis fisiológica”, explicó.
El calentamiento global como inductor de obesidad
La temperatura ambiental ha demostrado ser clave en el proceso de termogénesis adaptativa en humanos. A partir de investigaciones recientes, se ha comprobado la relevancia del tejido adiposo pardo activo y las células adiposas beige en depósitos de tejido adiposo blanco con propiedades termogénicas. Estos procesos de termogénesis responden a la temperatura ambiental, y su inhibición en ambientes cálidos podría contribuir al aumento de la obesidad. “En nuestro laboratorio estamos trabajando para comprender el impacto de la represión de la grasa parda mediada por calor en la salud metabólica en roedores y humanos”, detalló Giralt.
Una relación recíproca
La conexión entre obesidad y cambio climático no es unidireccional, sino recíproca. Según estudios presentados en el Congreso, la expansión de la obesidad también podría intensificar el cambio climático debido al aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero (mayor metabolismo, consumo de alimentos y uso de combustibles fósiles para el transporte). “Se estima que una persona con sobrepeso genera aproximadamente una tonelada más de dióxido de carbono al año que una persona de peso normal, lo que implica que la obesidad podría representar hasta el 1,6% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero”, indicó la experta.
A pesar de estos datos, Giralt remarcó la necesidad de difundir adecuadamente estos datos para evitar la estigmatización de las personas con sobrepeso u obesidad, y destacó que “es fundamental luchar contra el cambio climático reduciendo las emisiones a nivel global, lo que repercutirá positivamente en la prevención de la obesidad”. A su vez, cualquier acción eficaz para prevenir y tratar la obesidad también contribuirá a ralentizar el calentamiento global.
El caso de España
Estudios pioneros, como el Di@bet.es, realizados en población española, han mostrado una clara relación entre temperatura ambiental y la prevalencia de la obesidad. En estos estudios, se observó un gradiente norte-sur, con mayor riesgo de obesidad en zonas de altas temperaturas. Este año, otro estudio confirmó este patrón, destacando una disminución en la expresión de genes implicados en el pardeamiento del tejido adiposo en individuos que residen en zonas cálidas. “Esta represión estable de la capacidad termogénica podría contribuir a la mayor prevalencia de obesidad en estas regiones”, explicó Giralt.
Como conclusión, la investigadora de la Universitat de Barcelona enfatizó que “promover la prevención de la obesidad o revertir esta enfermedad no solo tiene efectos directos sobre la salud individual, sino que también puede generar beneficios sustanciales para el medio ambiente y, por ende, para la salud global”.