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El fracaso es una parte inherente a la investigación científica. Aunque un posible nuevo medicamento no tenga éxito puede desempeñar un papel crucial en la comprensión de una enfermedad y proporcionar datos importantes para dar el siguiente paso. Esto es lo que ha ocurrido y está ocurriendo con la enfermedad de Alzheimer, la forma más común de demencia y una patología neurodegenerativa implacable que roba a las personas sus recuerdos, su independencia, sus relaciones y, en última instancia, sus vidas.
La Sociedad Española de Neurología (SEN) estima que sólo en España ya hay más de 800.000 personas que padecen esta enfermedad. Con una prevalencia que oscila entre un 5 y un 10% entre las personas que rondan los 65 años, ésta se duplica cada 5 años hasta alcanzar una prevalencia del 25-50% en la población mayor de 85 años, ya que la edad es uno de los principales factores de riesgo de esta enfermedad. Por esa razón, y debido al envejecimiento de la población, su incidencia sigue en aumento: en 2050 se estima que habrá más de 115 millones de personas que padezcan esta enfermedad, explican desde la SEN. Además, es la séptima causa de muerte y una de las principales causas de discapacidad entre las personas mayores a nivel mundial.
La enfermedad de Alzheimer es una enfermedad degenerativa progresiva que se desarrolla durante décadas y que a menudo causa cambios en el cerebro de las personas mucho antes de que comiencen los síntomas cognitivos. Sin embargo, es muy difícil diagnosticarlo lo suficientemente temprano, cuando existe una mayor probabilidad de beneficiarse de tratamientos que podrían ser más útiles o de participar en ensayos clínicos. Todavía existen desafíos en la comprensión de la enfermedad (es decir, la correlación entre los cambios neuropatológicos y los síntomas cognitivos) y en la forma en que la enfermedad se aborda en la práctica clínica y la sociedad la percibe.
Esto dificulta el desarrollo de medicamentos que puedan frenar la progresión en esta etapa temprana crítica. Pero intervenir tempranamente, antes de que la gravedad de la enfermedad afecte a la vida diaria, podría tener enormes beneficios para los pacientes, sus familias y la sociedad en general. En esto está inmersa la industria farmacéutica.
Según el informe Global Trends in R&D 2023, elaborado por la consultora especializada Iqvia y publicado el pasado febrero, de las 699 moléculas en investigación en el área neurológica, gran parte están dedicados a la enfermedad de Alzheimer, con 127 productos (seguida de Parkinson, con 96). Y, aunque hasta el momento, el arsenal terapéutico para Alzheimer “se centra en el manejo de los síntomas —con recientes excepciones que incluyen aducanumab y lecanemab—, la mayoría de los productos en investigación modifican el curso de la enfermedad”, reza el informe.