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Enero siempre fue el mes de la cuesta arriba, no sólo en el sentido económico del término, sino también en el anímico. Pero ojo con banalizar y llamar depresión a cualquier bajón. La depresión es una enfermedad con muchos ángulos y antes de diagnosticarla hay que saber diferenciar entre lo que podría parecérsele: una tristeza normal, otras enfermedades mentales con síntomas muy parecidos a la depresión o enfermedades orgánicas que muchas veces tienen sintomatología depresiva.
Que enero trae sus bajones lo prueba el hecho de que uno de sus días, concretamente el 18, haya sido designado como Blue Monday o el día más triste del año. Sin embargo, reducir el término depresión a “estar de bajón” o “estar depre” es una de las mayores injusticias que podemos cometer con aquellos a quienes se les ha diagnosticado una depresión, que no es otra cosa que una patología grave y discapacitante, que interrumpe la vida de las personas que la padecen y las limita hasta extremos insospechados.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión es principal causa de discapacidad en el mundo y en el peor de los casos, puede llevar incluso al suicidio (el 60% de los suicidios ocurre en pacientes diagnosticados con depresión). Cifras devastadoras que nos deben hacer reflexionar y darle la importancia que se merece.
Los pacientes con depresión no necesitan que les den consejos o mensajes de ánimo, sino que se les escuche, porque tener depresión es mucho más que sentirse triste. De ahí que sea necesario para salir de ella pedir ayuda profesional y contar con atención especializada.
No es depre, es DEPRESIÓN
Según el doctor Víctor Pérez Sola, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica y director del Institut de Neuropsiquiatria i Addicions del Hospital del Mar (Barcelona), “la depresión es una enfermedad con un conjunto de síntomas, psicológicos y físicos, que duran un cierto tiempo y que no hay que confundir con una tristeza pasajera, desencadenada por un acontecimiento puntual que nos puede ocurrir a todos en la vida”. Estos son 10 síntomas que pueden ayudarnos a reconocerla:
- Estado de ánimo irritable o bajo.
- Dificultad para conciliar el sueño o exceso de sueño.
- Cambios importantes en el apetito, a menudo con aumento o pérdida de peso.
- Cansancio y falta de energía.
- Sentimientos de inutilidad, odio a sí mismo y culpa.
- Dificultad de concentración.
- Pérdida de interés, inactividad y retraimiento de las actividades usuales.
- Sentimientos de desesperanza o abandono.
- Pensamientos repetitivos de muerte o suicidio.
- Pérdida de placer en actividades que suelen hacerlo feliz, incluso la actividad sexual (anhedonia).
Por ello, como en cualquier otra enfermedad, ante una depresión “lo primero que hay que hacer es un diagnóstico precoz que permita diferenciarla de una tristeza normal, de otras enfermedades mentales con síntomas muy parecidos, o incluso de enfermedades orgánicas, que muchas veces tienen sintomatología depresiva, pero no son una depresión”, explica el experto. El doctor Pérez Sola insiste en que cada enfermo con depresión es una persona única y cada uno necesita un abordaje distinto. “Lo que sí es muy importante -añade- es buscar ayuda lo antes posible, ya que de la depresión se puede salir”.
En la piel del paciente
“La primera vez que le pusieron nombre a lo que me estaba pasando tenía unos 19 años. Me sentía triste y fue de repente, cuando mejor me iban las cosas, cuando explotó todo. Me decían, ¡venga, a ti te pasa algo! ¡tú no eres esto, si tú eres todo alegría! ¡Venga, levántate de la cama, vámonos de fiesta!… En ese momento estaba trabajando en una serie, con gente de mi edad, y todos estaban felices, salían, tenían ganas de vivir y yo, de repente, cada vez tenía menos. No entendía nada. Cualquier cosa, como doblar la ropa, hacer la compra, se convertía en algo que costaba”. Con estas palabras relataba la cantante y actriz Angy Fernández su día a día con la depresión, una enfermedad muy compleja y que la tuvo casi postrada durante un año. Su historia personal ha servido como hilo conductor en la serie documental de seis capítulos No es depre, es DEPRESIÓN, impulsada por Janssen con el asesoramiento de profesionales sanitarios y diversas asociaciones de pacientes, de cuya mano hemos podido ir conociendo los diferentes ángulos de esta patología que no siempre es fácil de entender y de la que se habla muy poco, a pesar de que está muy presente en nuestra sociedad.
Según Angy, cuando tienes depresión, “las cosas de cada día… son un mundo. Lo único que piensas es que no quieres levantarte. Y además tienes esa cantidad de mensajes, en tazas, en cuadernos… que te dicen que tienes que ser feliz. No solo te lo dice la gente, sino que ya lo ves también escrito en cualquier sitio. Tú quieres que sea un gran día, pero no puedes”. Por lo tanto, llamar “depre” a una depresión es no darle la importancia que se merece, y cuando lo hacemos, estamos infravalorando una enfermedad de la que es difícil salir sin el asesoramiento y la ayuda profesional adecuada.
La depresión afecta en nuestro país a cerca de tres millones de personas y es más frecuente en las mujeres
Aislamiento, pérdida de higiene o conductas delictivas
Señales de alarma en los más jóvenes
Aunque la depresión puede diagnosticarse ya desde la infancia, hay una etapa especialmente vulnerable: la adolescencia. Uno de cada siete adolescentes en el mundo tiene un problema mental diagnosticado y casi 46.000 se suicidan al año (la Organización Mundial de la Salud estima que es la segunda causa de muerte para la juventud). Y la pandemia no ha ayudado a reducir esas cifras: un meta análisis publicado en JAMA Pediatrics afirma que los síntomas de depresión se han duplicado en niños y adolescentes en comparación con la época anterior.
La depresión se puede prevenir y también tratar, pero para ello hay que percatarse de algunas señales que pueden dar a los padres la voz de alarma. Como explica Amalia Gordóvil, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, las principales son cambios en el estado de ánimo, más allá de los habituales (por ejemplo, que un adolescente se aísle no solo de sus padres, sino también de sus amigos y pierda el interés por actividades que antes le gustaban) o que se muestre más irritable en varios entornos cuando esto antes no sucedía. «Otros signos de alerta son cambios en el autocuidado, como no tener una buena higiene personal, una bajada en su desempeño académico o conductas de riesgo, ya sean sexuales, de abuso de sustancias o delictivas», explica Gordóvil.
Crisis de identidad
La razón es que se trata de un periodo en el que el desarrollo personal sano pasa por una crisis de identidad en que el adolescente busca otros modelos de referencia más allá de los que ha recibido de su familia. «Esto no significa que haya una relación causal entre adolescencia y depresión, pero sí debemos trabajar ya desde la infancia para reducir riesgos, estableciendo un clima de confianza y comunicación en casa y haciendo que los hijos reciban modelos saludables de afrontamiento ante las dificultades de la vida «, señala la psicóloga familiar y profesora colaboradora de la UOC. La mejor ayuda que pueden ofrecer los padres es cuidar su propia salud mental para ser modelos saludables de afrontamiento», advierte Gordóvil. Y estar atentos a los factores de riesgo tales como el hecho de que algún miembro de la familia consuma sustancias, la presencia de depresión en alguno de los progenitores o dificultades relacionales entre ellos, haber padecido maltrato y vivir otras situaciones de estrés agudo o sostenido, como el acoso o abusos.
En cualquier caso, nunca hay que invalidar las emociones de los hijos, transmitiendo mensajes como «esto que te pasa no es nada», «yo a tu edad no tenía esas tonterías en la cabeza» o «venga, espabila, que la vida no es fácil». Con esto se transmite a los hijos que las emociones que sienten no son correctas y no se les da el acompañamiento y la guía que en ese momento necesitan. Además, hay dos mensajes importantes, que se pueden transmitir explícitamente o con actos, que ponen en riesgo la salud mental de los hijos. Son el «no eres capaz» y el «no eres suficiente», advierte Gordóvil. Si el primero se transmite desde la sobreprotección, haciendo por los hijos cosas que por edad podrían hacer por sí mismos, el segundo se transmite desde la exigencia cuando no damos valor a las cosas que hacen bien o desaprobamos decisiones en busca de su propio camino.
«Si tus hijos ven que ante un mal día en el trabajo te quejas y te bebes un gin-tonic para olvidarlo, o te tomas un ansiolítico, les estás transmitiendo que la regulación emocional pasa por el uso de sustancias”