Uno tiene el prurito de escribir claro, para que se le entienda. Pese a ello, algunos lectores me han hecho llegar lo complejo de los argumentos empleados. Es natural. Me estoy remontando a hace muchos siglos. Estoy explicando ideas absolutamente desalojadas de nuestro pensamiento cotidiano. No importa. Repito lo esencial.

Un historiador jamás debe trasponer el pasado al presente. Es un error de primerizo y una falta de honestidad intelectual. Mi intención, en estos artículos, no es hacer historia. Sólo divulgar las biografías de algunas personas importantes en el mundo de la terapéutica y obtener, de ellas, alguna enseñanza para el presente. No se trata de comparar, sino de utilizar a la Historia como maestra de la actualidad: una de sus más nobles misiones.

En primer lugar quise poner de manifiesto que las enfermedades no admiten jamás calificaciones morales. Un enfermo, para un sanitario, es un enfermo y punto. Eso es así, al menos, desde el siglo I, cuando Galeno afirmó que la enfermedad nunca es causada por los dioses. Jesucristo, también, cuando le preguntaron quien había pecado, si el ciego de nacimiento o sus padres, contestó que ninguno de ellos. Si se confiere una calidad moral a la enfermedad, se impide su correcta curación. La enfermedad es, al menos desde Hipócrates, «natural». Lo que caracteriza a los seres vivos es el nacimiento, la reproducción, la alimentación, la enfermedad y la muerte. aunque todos mezclamos sentimientos y elementos creenciales con lo que nos da miedo, la enfermedad no puede, nunca, ser considerada desde el punto de vista ético o moral: es algo «natural». Se puede y debe luchar contra ella, evitar su contagio, prevenirla y educar para no contraerla, pero no abordarla con criterios morales. Quien así lo hace, se sitúa en un pensamiento arcaico, pre científico e incluso ajeno al cristianismo.

Para eso les hablé de Galeno, para tratar de sosegar una de las angustias que nos atenazan cuando estamos enfermos: ¿Qué habré hecho yo para merecer esto? Nada o algo. No importa. Hay que intentar curarlo, si se consigue, evitar los comportamientos o las actitudes que llevan a la enfermedad y, si no, debemos recordar que nadie, ni los muy poderosos, ni los muy débiles, ni los sabios, ni los estúpidos, de hace algo más de un siglo, están aquí para contárnoslo.

Hablé de Galeno también y luego de Dioscórides, para referirme a la Terapéutica verde. Expuse que es tan antigua como la propia existencia del hombre sobre la Tierra. Expuse que ha estado plagada de errores y de conocimientos empíricos falsos y supersticiosos. A lo largo de los siglos, la depuración de los métodos científicos, ha permitido conocer mejor el funcionamiento de las plantas y el funcionamiento de nuestro cuerpo y así han nacido disciplinas dedicadas a su estudio y a ensayarlas antes de aplicarlas a los humanos, como cualquier otro medicamento. Quise poner el énfasis en que, muchas campañas de propaganda subrayan el valor «natural» de las plantas, frente a lo teóricamente «artificial» de la química y les señalé que las plantas actúan por su composición química que inter acciona con la de nuestro organismo. Hablé también de la falsa idea de que «lo natural» es beneficioso o, en cualquier caso, inocuo. Hay muchas plantas muy peligrosas, en sí mismas (piensen en todas las venenosas) en su utilización ( si no se da la dosis correcta no hacen efecto alguno) en sus efectos colaterales (hay muchos vegetales muy contaminados) o en un posible retraso en recibir auxilio terapéutico eficaz. Por eso, consideré y considero imprescindible huir de empíricos y curanderos. Acudir a médicos partidarios de la terapéutica verde y aconsejarse de los farmacéuticos expertos en Fitoterapia. Ningún profesional español ha estudiado tanto el mundo natural y el mundo químico, aplicado a la salud, como el farmacéutico. Aprovechen sus conocimientos y no se dejen aturdir por cantos de sirenas.

Desaconsejaba y desaconsejo la automedicación. En estos casos y en todos. Una cosa es lo que se llama automedicación responsable. Si uno tiene una enfermedad menor: un catarro; un malestar de estómago; una diarrea leve; un estreñimiento puntual? y ya se lo ha tratado con anterioridad, puede solicitar su medicamento de libre dispensación o sus plantas medicinales directamente, o tras requerir el consejo del farmacéutico, pero si el malestar persiste debe acudir al médico y, en todos los casos, no se deben emplear más fármacos que los imprescindibles que, a partir de una edad, desgraciadamente, son muchos y nos permiten hacer una vida mejor.

Para dar estos consejos no hace falta la Historia, pensaran ustedes. Permítanme que discrepe. Estas ideas, tan sensatas, si ustedes se las creen, se debe a que depositan en mí o en cualquier otro técnico una autoridad que nos permite expresarnos dogmáticamente. En mis artículos anteriores y en los posteriores, les doy razones históricas para que ustedes formen su propio juicio: acepten mis palabras o las rebatan. La sanidad, la ciencia, o se estudia de manera dogmática, o a través de su desarrollo histórico o no se estudia. Con estos artículos ustedes pueden ver los argumentos empleados y las conclusiones obtenidas. Pueden aceptarlos o rebatirlos. En definitiva se les respeta absolutamente su libertad de pensamiento. Se les aconseja una cosa, pero ustedes pueden no sólo no aceptar el consejo, sino discutirlo con los propios argumentos que les proporciono. Esa es la ventaja de la Historia general, de la de la Ciencia y de la Farmacia: proporciona dignidad y libertad intelectual a quien la estudia o la lee.

Para acabar este artículo permítanme exponerles una curiosidad divertida, que es algo más que anecdótica.

Cuando Andrés Laguna habla del Solanum nigrum, (una planta que produce alucinaciones) se refiere, en el siglo XVI, cuando en Centro Europa estaba realizándose una gran caza de brujas, a su supuesto vuelo. Lluego de narrar la vida de dos hechiceros de Metz, dice: «En la casa de aquellos brujos, además del Solano se encontró cierto ungüento verde, como el del Populeon, con el cual se untaban: cuyo olor era grave y pesado, que parecía estar compuesto de yerbas de último grado frías y soporíferas, como son la cicuta, el solano, el beleño y la mandrágora a modo de ungúento. Por medio del alguacil que era amigo me hice con un botijón, luego en la ciudad de Metz hice untar de los pies a la cabeza a la mujer del verdugo que de coelos de su marido, había perdido totalmente el sueño y se había vuelto casi loca (?) se durmió en un tan profundo sueño que jamás pensé despertaría (?) al cabo de 35 horas la restituí a su juicio. La primera palabra que pronunció fue: porqué en mala hora me has despertado cuando estaba rodeada de todos los placeres y deleites del mundo y vuelto a su marido los ojos (el cual estaba allí hediendo a ahorcado) le dijo sonriendo: tacaño, te hago saber que te he puesto los cuernos, con un galán más mozo y estirado que tú (?) poco a poco la convencimos de que había sido un sueño, aunque siempre le quedaron ciertas opiniones vanas en la cabeza. De donde podemos conjeturar que todo cuanto dicen y hacen las desventuradas brujas es sueño, causado por brebajes y unciones muy frías, las cuales de tan fuerte como son les corrompen la memoria, y la fantasía, que se imaginan las cuitadas y aún firmemente creen, haber hecho despiertas, todo cuanto soñaron durmiendo.»

Si tomamos en cuenta el momento en que se escribió el texto, cuando el pensamiento mágico triunfaba en todas las cortes civilizadas y se habían escrito terribles manuales para detectar y perseguir a las desdichadas brujas, el testimonio del segoviano, médico del Emperador Carlos y del Príncipe Felipe, humanista y viajero, cobra un valor verdaderamente enorme. Los magos, esos personajes que querían conocer la naturaleza a través de sus causas secretas, poco a poco, se van transformando en científicos que dan importancia a su propia experiencia y a la observación racional de lo circundante.

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Redacción Consejos

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