La literatura es evasión, conocimiento y, en consecuencia, salud. Así lo demuestra el Premio Planeta, que se ha convertido en un acontecimiento literario que cumple la finalidad que se propuso: situar a los autores españoles galardonados en unos altos niveles de difusión y de popularidad. En 2024, la novela ganadora ha sido Victoria, un retrato de la azarosa vida de personas que sufrieron las consecuencias de las grandes decisiones políticas recién terminada la Segunda Guerra Mundial. En un Berlín arrasado y sin futuro aparente, Victoria sobrevive cantando cada noche en el club Kassandra. Pese a tener una mente prodigiosa, capaz de crear un poderoso sistema de cifrado de mensajes, malvive con un mísero sueldo del que dependen su hija Hedy y su hermana para sobrevivir. Hablamos con su autora, Paloma Sánchez Garnica (Madrid, 1962) sobre esta gran experiencia. 

Paloma, tras quedar finalista en 2021, ¿cómo ha sido recibir este galardón? ¿Se lo esperaba?

La experiencia ha sido extraordinaria. He sido plenamente consciente de que estaba viviendo un momento único en mi vida, y también en la de mi marido y mis hijos. Por lo demás, me siento como si hubiera llegado a una meta después de un largo camino de más de cuatro décadas, las dos últimas dedicadas a la escritura en cuerpo y alma, tratando de construir lo que quiero ser, lo que quiero hacer y lo que quiero transmitir en la vida. 

Cuando presentas una obra a un premio lo haces con la ilusión de llegar hasta el final, de conseguirlo, y más cuando una semana antes aparece tu novela entre los diez finalistas. Pero es cierto que dudé por el hecho, precisamente, de haber sido finalista; a pesar de todo, lo intenté y se cumplió aquello de que “persistir merece la pena”.

¿Cómo surge la historia de Victoria? ¿en qué se inspiró?

Como en todas mis novelas, la historia surge de la curiosidad por entender cómo personas corrientes afrontan su vida privada en una época concreta. En este caso me interesaba analizar esos quince años entre el final de la Segunda Guerra Mundial y el levantamiento del Muro de Berlín, cómo se fraguó la Guerra Fría en la que EEUU y la URSS, enemigos irreconciliables, pugnaron por la hegemonía del mundo. La inspiración procede de la lectura; la documentación dura meses en los que leo todo lo que se refiere a esa época, veo documentales, películas… Son muchos los estímulos que me abrieron las puertas a personajes e historias, desde la lectura de Lo que el viento se llevó, que me mostró el origen de la mentalidad del Deep South de los Estados Unidos, sus prejuicios, el racismo, el odio ancestral a los negros y a los que defendían sus derechos; hasta algo que también me inspiró mucho: la película Buenas noches y buena suerte, en la que se relata el momento decisivo para el periodismo que fue la caza de brujas del macartismo, que dio un giro extraordinario revelando las vergüenzas de una tremenda injusticia. Por otro lado, la vida de Hedy Lamarr, actriz y precursora de lo que luego sería el wifi, fue la base para la creación del personaje de Victoria.  En cada personaje, en cada una de sus historias hay un pellizco de hechos reales que yo voy trabando e hilando hasta conformar mi propia historia de ficción.

Si no es una novela histórica, como ha dicho en varias ocasiones, entonces ¿cómo la definiría? 

No es histórica porque yo no tomo como base fundamental de la novela un personaje o un hecho histórico alrededor del cual pergeño la ficción; aquello que no fue, pero pudo haber sido en el ámbito privado de ese personaje o hecho histórico. Lo que define mis novelas, lo que realmente me interesa, es el material humano, sus microhistorias privadas y no la Historia (con mayúscula)…, esa intrahistoria de la que hablaba Unamuno y que es lo que refleja la narrativa literaria en general. Por lo tanto, estamos ante una novela en el sentido más amplio de la palabra, una novela de amor, de espías, de supervivencia, de lazos familiares, de lo que estamos dispuestos a hacer por aquellos a los que amamos, incluso cuando la ingratitud y la traición amenazan con destruirlo todo. Es una novela en la que seres humanos corrientes que aman, odian o envidian, buscan la verdad y la justicia y aspiran a ser felices y se dejan arrastrar por sus propias pasiones, tratan de gestionar sus sentimientos, su capacidad de decidir y de actuar condicionados por unas leyes determinadas, por unas normas sociales y unos valores morales que cambian y se transforman con el tiempo y el lugar, pero que de una manera u otra supeditan, limitan, restringen o determinan nuestra manera de estar en el mundo. En definitiva, es una novela que trata sobre los sentimientos universales del ser humano.

¿Cómo considera que ha cambiado el racismo desde la época en que transcurre la historia del libro a la actualidad? ¿Cree que se ha erradicado o que aún sigue estando latente?

Ha cambiado mucho, porque desde 1954 decae la legitimación que tenían las leyes de segregación racial (las famosas leyes de Jim Crow) aplicadas en muchos estados del Sur, a pesar de que iban contra la Decimocuarta Enmienda de la Constitución de los EEUU. Y en 1964 se aprueba la Ley de Derechos Civiles que estipula que ninguna persona en Estados Unidos deberá, por motivos de raza, color u origen nacional, ser excluida de participar en, ser denegada de los beneficios de o estar sujeta a discriminación, bajo ningún programa o actividad que reciba asistencia financiera federal. A pesar de que no hay leyes discriminatorias como había antes, aún están muy arraigados en muchos norteamericanos los prejuicios raciales, los escrúpulos y los recelos contra los negros o extranjeros, sobre todo en los más pobres. Lo cierto es que la historia nos demuestra que una parte de la sociedad y del poder político busca un enemigo incierto a quien señalar y sobre quien hacer recaer todos los males y errores que ese poder es incapaz de resolver, ya sean negros, inmigrantes, excluidos o quienes no piensan conforme al ideario propio… Estos enemigos cambian con el tiempo y el lugar.

Mi marido me protege de mis miedos, aleja mis inseguridades, amansa mis delirios y controla mis manías.

¿Qué cree que puede hacer la farmacia para mejorar la discriminación? 

Los favoritismos son una forma de discriminación, y por principio estoy en contra de cualquier tipo de discriminación. En cuanto a lo que puede aportar la farmacia, una lectora farmacéutica me dijo que la farmacia cura el cuerpo y la literatura el alma.

¿Y para impulsar la literatura, qué cree que puede hacer este establecimiento?

Recomendar la lectura a sus clientes, para que se cumpla y se complete esa parte de la cura que antes señalaba, la sanación del alma. Un buen farmacéutico es como un buen librero, el primero te puede ayudar a solucionar un problema de salud que te haga sentirte mejor, el segundo te puede recomendar un libro que te cambie la vida y, por tanto, la mejore.

¿Ha tenido alguna anécdota curiosa en alguna de ellas? 

No sé si es anécdota y mucho menos curiosa, pero mi hijo mayor trabaja en el mundo de las farmacias, las conoce bien y lo que es más importante para mí, le gusta su trabajo. Nada más que decir. 

¿Cree que leemos lo suficiente?

Nunca es suficiente, deberíamos dedicar menos tiempo a las pantallas y más a la lectura; aunque esto suponga menos visitas a la farmacia.

Alguna vez ha dicho que es muy metódica, que siempre tiene sus rutinas y hábitos… Hace dos décadas dejó todo para dedicarse a escribir. ¿Cómo es su día a día como escritora?

Me gusta madrugar mucho, hacer una tabla de yoga en silencio y en soledad, un buen desayuno, 40 minutos de natación, encender el ordenador mientras me pongo un café (es muy antiguo y tarda siglos en arrancar…). Con una botella de agua siempre llena, el café y una infusión de jengibre con limón, me pongo a escribir o a leer. Y así hasta el mediodía; comida, siesta, y sigo delante del ordenador o leyendo. Por la noche intento ver películas, documentales o series que me interesen… Pero el tiempo que le dedico es tan corto que tardo mucho en verlos completos. Esta es mi rutina de lunes a viernes y el fin de semana cambio la natación por un largo paseo junto al mar, muy temprano… me encanta ver el amanecer, sobre todo en invierno; después, escribir, leer, leer, escribir… 

¿Hay muchos obstáculos en la literatura? 

Muchos, y muy duros a veces… Pero hay algo que uno debe aprender desde que decide adentrarse en este oficio, y es la certeza de que escribir es lo que importa, aquello que uno puede controlar, en lo que se puede apasionar con entusiasmo. Publicar, el éxito, las ventas…, son elementos que no dependen de ti sino de un sinfín de imponderables.

¿Con qué se queda de esta profesión? Ha comentado que es un camino muy solitario, pero en el que también hay alegrías…

Para mí es necesariamente solitario, porque escribir es un acto que se desarrolla en soledad. Pero también lo es porque caminas durante meses, incluso años, por una senda muy ambigua y desierta, a veces muy desoladora porque no sabes si vas en la buena dirección, dando pasos desamparados, a veces tropezando y cayendo de bruces. Pero también es cierto que en ese proceso de creación hay momentos magistrales en los que te sientes muy poderoso. Esta profesión es un oficio, y como cualquier otro que tiene momentos de desconcierto y otros de remontadas fascinantes que te hacen tocar el cielo. 

Me quedo con la fascinación que supone el proceso de creación, con el extraordinario aprendizaje que supone la documentación y con el apasionante reto que me supone cada novela que emprendo.

¿Es sana la soledad buscada?

Sana siempre, porque además de necesaria es una soledad elegida. Y no es solitaria porque siempre tengo a mi lado a mi marido, que me protege de mis miedos, aleja mis inseguridades, amansa mis delirios y controla mis manías.

Para acabar, ¿cree que vivimos en un mundo de ficción ahora mismo?

Ojalá fuera ficción, pero no lo es. Estamos viviendo la realidad que nos toca y debemos afrontarla lo mejor posible, conociendo por qué somos lo que somos y cómo hemos llegado hasta aquí, y esto lo podemos conseguir fácilmente leyendo. Leer nos hacer más críticos, menos vulnerables, menos manipulables. De este modo, estaremos mejor preparados para enfrentarnos al futuro, sea cual sea.

¿Con qué se queda de Victoria, Robert Norton y del resto de personajes de su obra?

Me quedo con su dignidad, con su autonomía, con su libertad y sobre todo con su capacidad para transformar la historia que les ha tocado vivir.

¿Próximos proyectos para 2025?

Muchos y muy apasionantes.

PARA CONOCERLA MEJOR

¿Cuál es su “victoria” en la vida?

Mi familia, mi marido, mis hijos, mis nueras y mis nietos… Y poder hacer y vivir de aquello que me apasiona.

¿Qué le diría su yo del pasado a su yo del presente?  

Lo has conseguido, estoy orgullosa de ti…

¿Y la de ahora a la del futuro?

Seguiré persiguiendo sueños hasta que nos quede el último aliento.

¿Cuál es su afición cuando tiene tiempo libre? 

Leer, viajar, reunirme con amigos…

¿Qué libro de cabecera recomendaría? 

Tantos… No soy de recomendar porque lo que a mí me apasiona a otro le puede parecer un tostón… es la magia de la literatura. Pero podría decir una de mis últimas relecturas de Arthur Miller: Todos eran mis hijos, Muerte de un viajante, Las brujas de Salem… Una delicia narrativa que trata temas tan actuales que te obliga a reflexionar.

¿Qué imprescindible de farmacia lleva siempre con usted? 

Procuro no medicarme, prefiero los métodos naturales como el jengibre con limón o la cúrcuma, además de Omega 3, magnesio, colágeno; bálsamo para mis labios, protección solar para la cara… Poco más.  

¿Cuál ha sido el mejor consejo que le han dado?  ¿Y el que ha dado usted?  

Mi padre me dijo antes de morirse (demasiado pronto, demasiado joven, demasiado padre para convertirse en ausente) que pensara en grande y que siempre volase alto, todo lo alto que pudiera, porque desde la altura la visión es mucho más clarividente, más emocionante y estimulante, y se puede esquivar mejor a los que pretenden derribarte y que, por desgracia, merodean con frecuencia a la espera de la mejor ocasión para hacerlo o verte caer. A mis hijos les he dado el mismo consejo, y les he añadido alguno más: que se rodeen de buena gente, que se acerquen a gente inteligente de la que puedan aprender algo interesante, y que se alejen de los envidiosos, de los negativos, de los que siempre se están quejando…

Si pudiera, ¿iría al pasado o al futuro?

Me quedo en el presente, pero tal vez, como una segunda oportunidad y con la mentalidad que tengo ahora, volvería al pasado para dar una versión mejor de mí misma a las personas a las que amo y que me importan. 

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Bárbara Fernández

Bárbara Fernández

Licenciada en periodismo por la Universidad CEU San Pablo, he cursado también un máster de comunicación y márketing. Durante estos más de 15 años de trayectoria he trabajado tanto en medios como...