Por José Vélez, Secretario
General de la Asociación Española de las Artes y las Letras (AEFLA)

Es,
desde luego, una  de las grandes
enfermedades que se padecen con más frecuencia en las sociedades avanzadas. En
un mundo superpoblado y rico lo que menos podríamos esperar es que la soledad
cuajara como uno de los peores estados en que puede encontrarse el individuo;
sin embargo, sucede, y lo hace habitualmente: incluso, podríamos decir que nos
hemos acostumbrado a convivir con ese tipo de situaciones y que sólo las
valoramos cuando nos afectan de una forma más directa.

Los
sociólogos descifran sin dificultad aparente las causas principales: familias
desestructuradas, aislamiento provocado por situaciones laborales complejas,
estrés, escasez de medios económicos por las exigencias derivadas de una
sociedad consumista e inclemente, falta de tiempo, alargamiento artificial de
la vida humana…

Los
más radicales afirman que todo esto son excusas con poco fundamento, que la
soledad de nuestros mayores, sin duda alguna la más significativa
porcentualmente, obedece al egoísmo y la falta de compromiso con quienes nos
guiaron y formaron en nuestros primeros años de vida. Se da el caso sangrante
de los llamados ?abuelos modernos? que se encargan de los nietos en los años de
guardería y primeros de colegio si trabajan los dos miembros de la pareja y sus
horarios no son flexibles. Muchas veces, cuando los hijos crecen y ya no se
precisa este servicio tan esencial de los abuelos, se les olvida o se les
abandona a su propia suerte, justamente cuando empiezan a necesitar otro tipo
de cuidados.

Dicen
nuestros mayores que lo que sí funciona más o menos bien es el sistema
sanitario. A veces dudan de las residencias para la tercera edad o de la calidad
de los medicamentos genéricos  y hasta
ahora confiaban sin resquicios en unos hospitales bien preparados. Salvo
excepciones, como la escasez en la prescripción de absorbentes de incontinencia
para quien realmente los precisa, si sienten satisfactoriamente atendidos.

En
este engranaje global, las farmacias de barrio suelen ser un buen punto de
encuentro donde se puede echar un rato de conversación o comentar  pequeños secretos. En la consulta del médico
casi nunca se tiene tanto tiempo y casi siempre las farmacéuticas o los boticarios
nos permiten charlar un poco y hasta confesar el poco trato que tenemos con
nuestros seres más queridos a los que, desde luego, siempre excusamos.

Los
especialistas  seguro que recomiendan la
conversación y la compañía como el mejor tratamiento farmacológico para
combatir la triste e injusta enfermedad de la soledad. Puede que los teóricos
de la  Atención Farmacéutica no
contemplen estas improvisadas tertulias en las farmacias como algo
estrictamente incorporado a esta nueva forma de entender y acudir a estos
profesionales sanitarios. Aquí no hay ningún problema relacionado con los
medicamentos (PRM), ni reacciones adversas, ni efectos secundarios; solamente
se trata de la intercomunicación entre 
personas; algo que deberíamos respetar siempre y mantener por encima de
cualquier otra circunstancia.

Y
si el farmacéutico nunca tiene tiempo para atendernos  como debiera, somos libres para considerar la posibilidad de
buscar otra botica donde seamos mejor recibidos.

                                                                                            José Vélez

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