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El miedo, el sudor, las molestias abdominales o la presión en el pecho que suelen acompañar un ataque de ansiedad, pueden obedecer a algo “natural” o convertirse en algo “patológico” en función de una serie de variables: te enseñamos a distinguir entre ambas situaciones.
La ansiedad es el sentimiento normal de temor que todos experimentamos cuando nos enfrentamos a situaciones amenazantes o difíciles. Sin embargo, cuando este sentimiento excede “lo normal” puede obedecer a un trastorno “patológico” del sistema nervioso, que puede llegar a condicionar enormemente nuestra calidad de vida, y que es necesario tratar. En este caso, la ansiedad se presenta con demasiada frecuencia, es demasiado intensa, es limitante, es desproporcionada respecto a la situación del momento e interfiere en la vida diaria de la persona y en su felicidad. Además, es frecuente que concurran otros síntomas de ansiedad patológica como pensamientos obsesivos, depresión o incluso cambios en la conducta. Según explican desde la red Alphega Farmacia, los pacientes con trastornos de ansiedad presentan una respuesta emocional excesiva ante un estímulo externo, por lo que el mecanismo de respuesta normal frente a situaciones amenazantes se altera, y se manifiesta de forma repetitiva en situaciones que no deberían ser estresantes.
La vida en un puño
La vida en un puño
Si estos síntomas persisten o te impiden vivir tu vida con normalidad, lo mejor es que consultes con un especialista para que valore la situación y juntos, encontrar la mejor forma de ayudarte.
1. Miedo y preocupación.
2. Dificultad para respirar
3. Falta de aliento y aceleración del ritmo cardíaco y respiratorio.
4. Sudor y temblor en manos y las piernas.
5. Molestias abdominales y náuseas.
6. Presión en el pecho.
7. Tensión muscular e inquietud.
8. Miedo a morir o a volverse loco.
9. A nivel físico puede producirse cansancio, irritabilidad, falta de sueño y falta de concentración.
10. A veces, puede existir pensamientos obsesivos y tristeza.
11. En ocasiones, sobre todo en los niños, necesidad de ir al baño con frecuencia. Los niños se vuelven irritables, lloran con facilidad y se vuelven demandantes. Igualmente, la dificultad de iniciar el sueño puede ser una señal de ansiedad, como también el sonambulismo y las pesadillas. La ansiedad puede causar que un niño desarrolle un dolor de estómago o que se sienta enfermo.
Qué hacer
Qué hacer
2. Ser consciente de que está pasando por un momento de nervios anormal, y que la respuesta de alarma está siendo desproporcionada.
3. Hacer un esfuerzo por autoconvencerse de que no está padeciendo asfixia, un infarto o similar. Ello ayuda a tranquilizarse, relajarse y eliminará la angustia y el miedo.
4. Controlar la respiración, y con ello disminuir la hiperventilación e hiperoxigenación.
5. Hacer la siguiente maniobra: colocarse en una posición cómoda (sentado o de pie) y colocar una de las manos sobre el pecho y la otra sobre el abdomen. Comenzar a respirar al ritmo que se hace habitualmente, cada 4 o 5 segundos, consiguiendo secuencias de 12 a 15 respiraciones por minuto. Inspirar por la nariz, intentando dirigir el aire hacia la parte baja de los pulmones, y notando cómo se eleva la mano situada sobre el abdomen, para elevar después su mano sobre el pecho, reteniendo el aire durante unos 2 segundos para soltarlo posteriormente por la boca de forma suave y emitiendo un leve sonido, mientras se nota cómo descienden las manos y se vacían los pulmones. Repetir este paso varias veces hasta conseguir relajarse.
6. A medida que se consigue el control de la respiración, es vital prestar atención a los cambios favorables tratando de automotivarse con pensamientos positivos del tipo: “físicamente estoy bien”, “mi corazón ya late más despacio”, “lo estoy superando”…
7. En caso de atender a alguien con este trastorno, es conveniente captar su atención y hacerle entender lo que sucede realmente, guiándole en el control de la respiración y hacerla consciente de su progreso y mejora de los síntomas.