Ya está bien de ensalzar lo “positivo” para, a renglón siguiente, tildar al prójimo de tóxico. ¿Acaso eso es de buen samaritano? Con esa actitud, ¿no estaremos estigmatizando a personas que pueden estar necesitando nuestra ayuda? ¿Y no estaremos acallando nuestra propia voz al negarnos nuestro derecho a estar mal? Hablar de salud mental también es desestigmatizar al que no cumple con el canon de lo “positivo”.
A cuestiones como estas responde Buenaventura del Charco en su libro Hasta los cojones del pensamiento positivo. En él, este psicólogo, más conocido en redes como Ventura Psicólogo, nos invita a reflexionar sobre la dictadura de la felicidad o “happycracia” en la que vivimos y que, a su juicio, ha sumido a la humanidad en una especie de “tristofobia”. La honestidad con uno mismo es la clave sobre la que construye su teoría. No se trata de ver “el vaso medio lleno o el vaso medio vacío, sino de ver cada una de las dos mitades”. Y para eso tienes que echar una visual a lo bueno y a lo malo que hay en tu vida, sin edulcorarla ni demonizarla. Se trata de mirar la realidad de frente, aceptando lo bueno y lo malo que hay en tu vida, de manera que se convierta en el motor que impulse los cambios necesarios que nos permitan seguir adelante.
Mejor que de personas “positivas”, rodéate de personas “empáticas”
Sin embargo, en cada conversación en la que sale el tema a relucir, son aplastante mayoría los que se muestran de acuerdo con huir de las personas tóxicas y hacen gala, además, de saberse poner “en franca huida” para evitar el contagio.
Buenaventura del Charco denuncia esta actitud, ya que anula el derecho de los demás estar mal y manifestarlo y también acalla nuestra propia voz para que el mundo no perciba lo que nos pasa ni perciba en nosotros ninguna “debilidad”. Es más, según sus propias palabras, “el pensamiento positivo incita a la cobardía y deja una profunda sensación de insatisfacción y frustración. Es como el porno: te satisface en el momento, pero te deja vacío y frustrado”.
Del Charco retrata así a las personas “positivas”: “te dicen lo que tienes que hacer, te hacen sentir culpable con frases como «qué negativo eres», «no te centras en lo bueno», «eres tóxico», etc. Son personas que hablan más de lo que escuchan, buscan sentirse importantes y listos más que comprender, tienen respuesta para todo y hablan en términos absolutos. Por el contrario, las personas “empáticas” tratan de entender tu forma de vivir lo que te pasa y cómo te sientes; te permiten estar mal y validan tus sentimientos, escuchan más que hablan y buscan comprender las vivencias del otro y acompañarlo; te dicen lo que ellos harían en tu lugar, pero sin imposiciones y aceptando que podría no ser lo mejor para ti. Visto lo visto, ¿de quién te rodearías?


Ser positivo está sobrevalorado… ¿Por qué nos empeñamos en colgarnos esta etiqueta?
Supongo que como consecuencia del marco mental y narrativo de la sociedad actual: parece que todo lo vemos desde un lenguaje productivo, de rendimiento, algo que está muy bien para el ámbito económico, pero que creo que es un error aplicar a la hora de valorar a los seres humanos. Todo este pensamiento conlleva una profunda deshumanización de la sociedad y del individuo que me preocupa enormemente.
También creo que tenemos un enorme miedo a «no gustar», hemos cambiado la exigencia del deber o la moral por la de gustar y tener éxito, y parece que tener una sonrisa grapada en la cara es la mejor manera de cautivar al otro, de transmitir «buenas vibras» y de evitar que no quiera estar a nuestro lado. Somos niños pequeños temerosos de no valer.
¿Qué ocurre cuando fingimos que estamos bien?
Fingir que está bien es de lo más nocivo y estúpido que podemos hacer. En primer lugar porque si no reconocemos una realidad, si no la aceptamos, difícilmente podremos hacerle frente, segundo porque promueve la evitación y la represión emocional, factores que todas las corrientes de psicología (y mira que es difícil ponernos de acuerdo a los psicólogos) han demostrado científica y clínicamente que es de lo más disruptivo y generador de sintomatología existente y, finalmente, porque cuando tapamos una parte de nosotros, estamos comunicándonos que es indigna o vergonzosa, lo que nos hace aún más daño.
¿Qué hay de malo en mostrar debilidad?
No creo que haya nada malo en mostrar debilidad, de hecho, permitirnos expresar esas emociones tal y como las sentimos genera importantes beneficios psicológicos y disminuye la sintomatología. También creo, que, si tienes relaciones donde no puedes mostrarte libremente tal y como eres, son relaciones basadas en la mentira y el interés, y que teniendo en cuenta que el ser humano es un ser social y gregario en gran medida para apoyarse unos a otros, nos estamos privado de eso. Con todo, más allá de ventajas y desventajas, creo que es importante plantearnos qué queremos en nuestra vida, si postureo digno de redes sociales o verdad y humanidad.
¿No ve peligrosa para la salud mental la actitud de “huir de las personas tóxicas”? ¿No corremos el riesgo de estar «tapándole la boca» al que tiene depresión o está pasando por un mal momento?
La verdad que estas etiquetas me molestan muchísimo y me ponen de muy mala hostia. Hemos luchado durante años contra el estigma que suponían los diagnósticos para que ahora estemos etiquetando en base a categorías que ni siquiera son serias, científicas o clínicas. Creo que cuando una persona está mal, merece empatía, compasión y respeto, y ahora le llamaos tóxico, lo cual no hace más que culpabilizarle de algo tan normal y coherente, como estar jodido cuando te pasan cosas malas.
La dictadura de la felicidad, ¿no nos hace ser injustos con nosotros mismos al no permitirnos estar mal?
Sobre todo, es injusto porque culpabiliza. Parece que, como todo es actitud y verlo bonito, o echarle ganas e implementar una serie de hábitos o herramientas terriblemente reduccionistas, si no consigues estar bien es culpa tuya, con lo que a tu problema, tienes que añadirle ese sentimiento de culpa. Nos quita el derecho al malestar.
Qué es para usted vivir desde la honestidad personal. Cuáles son los beneficios que genera en nuestra vida.
La honestidad es vivir, expresar, permitirse sentir y actuar en base a mis valores, a lo que opino de las cosas y a mis emociones, es ser coherente con mi propia experiencia de las cosas. Esta idea por filosófica que parezca, recoge varios conceptos psicológicos (exposición, ajuste…) que son determinantes para el bienestar emocional y la paz mental, que es lo que yo entiendo como la verdadera felicidad por encima del subidón y la euforia, que son transitorios.
¿Cuáles son las gafas que nos deberíamos poner todos?
Lo lamento, pero yo no he hablado de esto en mi vida. Esa metáfora es del psicólogo Rafael Santandreu, que está en las antípodas de mi pensamiento como terapeuta.
Y si el discurso positivo del que tanto hemos “tirado” no vale, ¿cuál es el discurso que debemos tener con nosotros mismos?
El de esforzarnos por aceptarnos incondicionalmente y ser honestos con nosotros mismos, forjar un compromiso y una lealtad con uno mismo, un conmoverse con lo que pasa a uno para desde ahí, enfrentar la adversidad. Esa acción, esa lucha, tiene sentido a pesar del resultado.
¿Cuáles son los miedos que tiene la sociedad de hoy? ¿Por qué tenemos miedo a no ser perfectos?
El miedo a no gustar, el miedo al fracaso, el miedo al rechazo, el miedo a sufrir… Es interesante cómo la culpa en la época de Freud (finales del XIX principios del XX), tenía un contenido moral, con Fritz Perls (mediados del XX) era entorno al deber y cumplir y actualmente, tiene que ver con gustar. Creo que eso lo dice todo.
¿Estamos educando futuros amargados?
Estamos educando personas que no saben relacionarse con el dolor, que es el 50% de la vida. Y también que se sienten siempre insatisfechos con lo que son y lo que tienen, viviendo en una huida o autoexigencia permanente. Las tasas de salud mental, créame, van a empeorar si no hacemos algo.
¿Qué opina de las técnicas para aumentar la felicidad? ¿Qué opina de los libros de autoayuda?
La felicidad no es un objetivo, ni es la meta, es la consecuencia de vivir en coherencia con nosotros mismos y nuestros principios y de tener unos buenos vínculos afectivos y sociales. El problema ha sido ese: buscar la felicidad en lugar de entenderla como resultado de otros procesos. Los libros de autoayuda no son malos per se, hay grandes títulos: El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl o Sé más amable contigo mismo de Kristin Neff. El problema es el tipo de autoayuda y de psicología de panfleto que está dominando el enfoque y la industria.
Esta frase es suya: “hemos pasado de la exigencia del deber a la exigencia del gustar”. Qué hacemos con el postureo en el que viven los jóvenes de hoy en día.
Entender que, en parte, lo promovemos nosotros: ¿he hecho a mi hijo tener una aceptación incondicional de sí mismo? ¿he desarrollado en él un pensamiento crítico? ¿le he dado amor y validación para no tener que buscarla en los demás? Desde luego las dinámicas sociales no ayudan, pero en términos de amor propio, el 80% viene de casa. Ahora, cuando eso no se ha construido bien (que posiblemente nunca se ha hecho del todo) llega todo este postureo y los medios y te destrozan (que era lo que antes no pasaba).
Por qué cree hay cada día más jóvenes en su consulta que se han planteado alguna vez quitarse la vida. ¿Qué cree que estamos haciendo mal?
Creo que sobre todo se debe a 3 factores directos: la soledad (ya no hay chavales por los barrios, en las plazas, en los parques… Están conectados pero a través de pantallas donde proyectan una vida y un yo que no es real, lo que es un tipo de soledad aun mayor porque ni siquiera entiendes que estás solo), la tristofobia (fruto de una sobreprotección, de esa huida y temor a «pasarlo mal» y de haber ido tapando el dolor emocional de la vida: los velatorios, los castigos…), y los mayores niveles de exigencia y perfeccionismo de la historia, en el que todo el mundo tiene miedo a no ser suficiente y una sensación de insatisfacción consigo mismos y su vida.
A esto hemos de añadir la falta de estabilidad, la realidad líquida que diría el filósofo Bauman de nuestra época: el no poder independizarse e irse de casa, no tener un contrato laboral… que está demostrado tiene un impacto clarísimo sobre la salud mental.