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Como si de cajetillas de tabaco se tratase. Así rezan las etiquetas de las partidas de moluscos bivalvos (doble concha) destinadas al consumo humano, como las ostras, las almejas o los mejillones, en países como EEUU o el Reino Unido. Ello nos da una idea de los peligros que pueden ir asociados al consumo de moluscos, máxime si se consumen crudos. Estos peligros se deben fundamentalmente al contacto con los lodos marinos, de elevada contaminación, y al tipo de alimentación por filtración que los caracteriza: los moluscos (tanto los de concha externa como los de concha interna como el calamar), se alimentan de la materia orgánica sostenida en las aguas, que es retenida por el animal y posteriormente digerida. La presencia de patógenos en esta materia orgánica va a depender en gran medida de la limpieza de las aguas. Los microorganismos o tóxicos del agua llegan al tubo digestivo acumulándose en los tejidos, para posteriormente traspasarlos a los futuros consumidores. Por ejemplo, las toxinas DSP (biotoxinas acuáticas) detectadas en las coquinas de la costa onubense, pueden desarrollar enfermedades gastrointestinales, lo que ha llevado a las autoridades competentes de Huelva a prohibir su pesca en el litoral de Mazagón y Doñana por segundo año consecutivo, hasta que las corrientes marinas disuelvan los bancos de algas afectadas y los animales puedan deshacerse de las toxinas.