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por José Vélez García-Nieto, de la Asociación Española de Farmacéuticos de Letras y Artes
Las farmacias son espacios sanitarios bastante abiertos. Con frecuencia, los clientes- pacientes y los profesionales, al otro lado del mostrador, intercambian opiniones y pareceres sobre todo tipo de cuestiones. No es extraño que, más de una vez, se lleguen a entablar verdaderas tertulias entre ciudadanos que buscan en la farmacia muy diferentes remedios. La cosa puede pasar a mayores si la botica es amplia, se puede echar un ratillo y si las puertas están abiertas, los peatones consiguen escuchar desde el exterior algo que casi siempre resulta interesante.
La cara del farmacéutico empieza a cambiar de color cuando aquello empieza a adquirir el carácter de una pequeña manifestación sin los permisos administrativos correspondientes. Unos y otros se atreven a opinar sobre los males que padece el vecino, discuten la valoración sanitaria de los profesionales y no tienen remilgos a la hora de arbitrar soluciones para asuntos que presentan vertientes bastante delicadas.
Es este el momento en que entra en la farmacia una persona con un problema que exige confidencialidad, mira con preocupación la algarabía y se resiste a contar su historia. El farmacéutico, siempre atento, suele detectar en la mirada del paciente un punto añadido de pudor. A veces, se hace un silencio brusco y todos se mantienen a la expectativa, preparados para intervenir. Es entonces cuando el buen boticario se acerca al nuevo paciente y se aleja a un rincón más aislado, fuera de las miradas y los oídos indiscretos.
El problema no suele revestir mayor trascendencia: un buen laxante para un mal atasco, una resaca que no termina de eliminarse, la molesta hemorroide que se sufre con amarga resignación o unos extraños picores en determinada zona, vaya vd. a saber por qué.
Son situaciones que se consultan a hurtadillas, con cierto tono de clandestinidad y que ahora ya pueden resolverse sin hablar bajito y en los modernos espacios reservados en las oficinas de farmacia para poder desarrollar labores de Atención Farmacéutica. En caso contrario, es prácticamente imposible garantizar el obligado secreto profesional.