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De la
euforia y la más febril actividad al desánimo y la apatía absoluta: este es el
trayecto que periódicamente recorre el estado anímico de las personas que padecen
el trastorno bipolar, una enfermedad mental para la que afortunadamente existe
tratamiento pero que tiene un importante hándicap: la dificultad de
diagnóstico.
¿Qué tienen en común Winston Churchill, Francis Ford Coppola y Ernest Hemingway? Pues que la
personalidad de todos ellos ha estado marcada por una enfermedad denominada
trastorno bipolar, la cual actualmente afecta a cerca del 2 por ciento de la
población mundial y supone la sexta causa más importante de discapacidad entre
las personas de 15 a
44 años de edad, según datos de la Fundación Mundo Bipolar. En nuestro país se
calcula que la padecen más de 800.000 personas (casi un 5 por ciento de la
población).
Un trastorno con carácter propio
1-Se trata de una enfermedad
mental que se caracteriza por la alteración del estado de ánimo. Lo que la
diferencia de otros trastornos similares, como la depresión, es que esta
alteración se manifiesta en forma de fases o episodios en los que se alternan
elevados niveles de excitación y actividad con estados depresivos o
melancólicos.
2-Su origen se encuentra en
el sistema límbico cerebral, que es el encargado de
regular los estados de ánimo, siendo el componente genético el responsable de
que se produzcan las alteraciones en esta zona que dan lugar a cambios en la
química cerebral. Las últimas investigaciones apuntan a que en su desarrollo
influyen no uno, sino varios genes. Asimismo, está comprobado que el hecho de
que se desencadene la enfermedad también está relacionado con factores ambientales
(el consumo de ciertas sustancias o una situación estresante, por ejemplo).
3-Comienza a manifestarse al
inicio de la adolescencia o en los primeros años de la edad adulta, aunque
también tiene incidencia en niños. No suelen darse casos por encima de los 50
años.
4-Una vez que aparece, el
riesgo de padecer recaídas durante toda la vida es constante. El promedio de
episodios durante los primeros 10 años de la enfermedad es de 4; sin embargo, y
a medida que avanza la enfermedad, los ciclos se van haciendo más cortos.
5-La duración de los
episodios es muy variable (días, meses o años), aunque por regla general, las
fases de manía son más cortas que las de depresión.
6 -Afecta de modo similar a
ambos sexos, aunque hay investigaciones que apuntan a una mayor, aunque no
significativa, incidencia en las
mujeres: entre 7 y 32 nuevos casos por cada 100.000 habitantes/año
frente a los 9-15 casos masculinos.
De la risa al llanto
En este trastorno, la
alteración del estado de ánimo se presenta en forma de ataques, fases o
episodios, cada uno de ellos con una sintomatología muy definida: la manía y la
depresión, de ahí que hasta hace relativamente poco tiempo se la denominara
trastorno maniaco-depresivo.
-Fase de manía: Es el periodo
?exultante?, hasta tal punto que los enfermos no sólo no suelen darse cuenta de
su dolencia sino que afirman sentirse mejor que nunca: están eufóricos,
necesitan mucho menos sueño de lo habitual; piensan con rapidez y de forma
desordenada; hablan rápida y descontroladamente; les cuesta mantener la
atención sobre un único tema; poseen un sentimiento de ?grandiosidad, que les
hace incluso comportarse de forma temeraria; pueden gastar dinero en exceso o
caer en la promiscuidad y, en casos extremos, sufren delirios y alucinaciones.
-Fase depresiva: Sus síntomas
son similares a los de una depresión mayor: pérdida de interés; cambios
significativos en el apetito (poca hambre o comer en exceso); alteraciones del
sueño (por exceso o por defecto); baja autoestima, con sentimientos frecuentes
de inutilidad y culpabilidad; pérdida de energía o cansancio continuo;
problemas al tratar de concentrarse o tomar decisiones, e incluso pensamientos
de suicidio y muerte.
Diagnóstico: la piedra de toque
Tal y como ha manifestado el
Dr. Jesús Valle, jefe de Internamiento del Hospital de la Princesa, de Madrid y
vicepresidente de la Fundación Mundo Bipolar,
durante la reciente inauguración de la I Campaña de Concienciación
Social sobre el Trastorno Bipolar, ?el diagnóstico sigue siendo difícil y, en
muchos casos, se puede tardar una media de 10 años en reconocer la enfermedad?.
La importancia de un
diagnóstico temprano queda reflejada en los datos arrojados por investigaciones
recientes: un paciente bipolar diagnosticado en la veintena puede llegar a
perder hasta 9 años de vida, 12 de salud y 14 de actividad laboral.
Según el experto, la
principal dificultad del diagnóstico radica en que los síntomas son difíciles
de detectar y suelen confundirse con los de una depresión, ya que rara vez el
paciente se refiere en la consulta a sus episodios de manía, pues no los
considera patológicos. De ahí que los especialistas estén centrando sus
esfuerzos en identificar otros marcadores que puedan ponerles sobre la pista de
la enfermedad. En este sentido, un trabajo coordinado por el doctor Julio Bobes, catedrático de psiquiatría de la Universidad de
Oviedo y miembro del primer Grupo Nacional de Expertos en Trastorno Bipolar, ha
comprobado que los afectados por esta enfermedad suelen presentar un mayor
deterioro en su estado de salud, con una mayor incidencia de problemas como la
obesidad, la hipertensión arterial y el síndrome metabólico. Este deterioro
puede deberse tanto a las condiciones genéticas que propician la enfermedad
como al estilo de vida derivado de la misma: hábitos nutricionales inadecuados,
hipo e hiperactividad, efectos secundarios de la medicación, etc.
Tratamiento: control = vida normal
Afortunadamente, tanto los
episodios como el curso de la enfermedad pueden tratarse farmacológicamente,
lográndose en muchos casos un control completo. Los medicamentos que se emplean
son los estabilizadores del humor (litio, valproato, carbamazepina…), los neurolépticos y los antidepresivos.
También se recurre a otros fármacos, como los ansiolíticos, para combatir
síntomas como la ansiedad o el insomnio. Otro aspecto fundamental es la
psicoterapia, dirigida a resolver los problemas derivados de los episodios y
afrontar el estrés. Todo ello, unido a la adopción de una serie de pautas como
controlar los patrones de sueño, realizar ejercicio habitualmente y fomentar
las relaciones sociales, evitando actitudes aislacionistas, permite a estos
enfermos llevar una vida prácticamente normal.
El gran reto de cara al
futuro es conseguir un único fármaco que trate la enfermedad en su conjunto, ya
que en la actualidad, no existe ninguna monoterapia que controle al mismo tiempo los episodios
maníacos y depresivos.
Cómo reconocerla
-En la infancia: Hay
evidencias de que esta enfermedad es más frecuente en aquellos niños cuyos
padres también la padecen o en los que hay un historial de abuso de drogas o
alcohol. Los síntomas pueden presentarse ya en los primeros meses de vida, con
una reacción exagerada a los estímulos sensoriales y trastornos en el sueño. A
diferencia de los adultos, los niños afectados experimentan cambios de ánimo en
un mismo día, siendo característico un nivel bajo de energía por las mañanas
que aumentan hasta la exitación hacia el final de la
tarde. Los enojos frecuentes (que pueden mantenerse durante horas), la dificultad
para mantener la atención y los brotes de energía incontrolados son otros de
los síntomas.
-En la adolescencia: Se
produce un incremento de los casos, relacionado con factores biológicos,
ambientales y psicológicos. Los cambios
de humor son severos; muestran una excesiva autoestima; experimentan un aumento
desmedido de la energía y la habilidad de poder aguantar durante días sin
dormir y ni sentirse cansados; y muestra un comportamiento arriesgado y
repetitivo.
-En la edad adulta: El 60 por
ciento de los casos se diagnostican antes de los 20 años. Las consecuencias de
la sintomatología afectan a los distintos ámbitos de la vida, siendo
especialmente relevantes en el aspecto laboral: según un estudio realizado
sobre 3.400 trabajadores norteamericanos y publicado en el American
Journal of Psychiatry, cada uno de los que padecen este trastorno
pierde un promedio de 65,5 días de trabajo al año, casi el doble que aquellos
que, por ejemplo, padecen una depresión mayor (27,2 días), de lo que se deduce
que, pese a tratarse de una dolencia de menor prevalencia
que la depresión ¿hasta seis veces menos común?, resulta en la práctica mucho
más incapacitante.
¿Hipomanía o genialidad?
Se ha demostrado que en las
formas más leves de este trastorno son frecuentes los casos de hipomanías,
caracterizados por una euforia y energía menos exacerbada que en los cuadros
típicos de manías, pero que configuran un tipo de personalidad caracterizada
por una capacidad innata para sobreponerse a los contratiempos, una curiosidad
febril y una destacada ambición, que les lleva a planterase
?y alcanzar- metas cada vez más altas. Compositores como Robert
Schumann; escritores como Emily
Dickinson; empresarios como Henry Ford
y hasta el mismísimo Cristóbal Colón presentaban estos rasgos, propios de la
personalidad hipomaníaca.
-Para saber más:
www.bipolarweb.com (Página de la Fundación Mundo Bipolar)