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Entre un 20 y un 40% de los españoles es intolerante a la lactosa, según datos de la Fundación Española del Aparato Digestivo, quien alerta del peligro de la “lactosa oculta” en los ingredientes de un gran número de alimentos elaborados, bebidas destiladas, golosinas, medicamentos e incluso dentífricos.
Según explican desde la Fundación Española del Aparato Digestivo, la intolerancia a la lactosa se debe a una deficiencia de la lactasa, enzima producida por el intestino delgado y encargada de la absorción de la lactosa, un tipo de azúcar presente en la leche de los mamíferos y en muchos alimentos preparados. La deficiencia de lactasa es la deficiencia enzimática más frecuente en todo el mundo y se estima que afecta al 75% de la población. Los síntomas más comunes de los intolerantes a la lactosa son dolor e hinchazón abdominal, gases, flatulencias, náuseas, vómitos y diarrea. Suelen aparecer entre 15 minutos y 2 horas después de haber ingerido alimentos con lactosa y pueden remitir entre 3 y 6 horas más tarde. Al existir una alteración de las mucosas intestinales, también pueden producirse síntomas inespecíficos como abatimiento, cansancio, problemas cutáneos, falta de concentración, nerviosismo y trastornos del sueño. Según explican desde la Asociación de Intolerantes a la Lactosa España (ADILAC), aunque no se trata de un trastorno alimentario grave que ponga en riesgo la vida de las personas que lo sufren, sí condiciona seriamente su calidad de vida en varios aspectos: dietético, ya que estas personas no pueden comer lo que les apetece y deben estar siempre alerta; económico, puesto que los productos especiales suelen ser más caros; y social, ya que a menudo tienen que justificarse ante los demás en comidas o cenas.
De menor a mayor
Según explican desde la ADILAC, la gravedad de la sintomatología varía dependiendo de la cantidad de lactosa ingerida y de la tolerancia individual. Algunas personas notan molestias de forma inmediata tras consumir pequeñas cantidades de lácteos (u otros productos elaborados con lactosa), mientras otras pueden permanecer asintomáticas toda su vida, si no sobrepasan una determinada dosis diaria. El grado de intolerancia también puede variar en función de la etapa de la vida y el estado general de salud de cada persona. “Es fundamental que el intolerante a la lactosa sepa cuál es su nivel de intolerancia en cada etapa de su vida y qué alimentos contienen más o menos lactosa de forma natural o como aditivo. Eso le permitirá conocer en cada momento qué cantidad de lactosa puede tolerar su organismo y modificar sus hábitos alimentarios para evitar la aparición de los molestos síntomas asociados”, alerta Oriol Sans, presidente de ADILAC. Según explica este experto, los intolerantes a la lactosa asimilan mejor los productos fermentados, como yogures y quesos, especialmente los curados, debido a que la lactosa se descompone parcial o totalmente en el proceso de fermentación por la acción de las bacterias. Sin embargo, los expertos recomiendan no bajar la guardia: en algunos casos, ésta no se elimina en su totalidad y los fabricantes pueden añadir leche fresca y otros ingredientes al final del proceso productivo para mejorar su sabor y suavidad.
Tal y como explica el doctor Pedro Mora, Jefe del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Universitario La Paz de Madrid, “debido a que sus síntomas son comunes a otras enfermedades digestivas y se manifiestan de forma muy variable dependiendo de cada individuo, hablamos de una enfermedad a menudo infradiagnosticada o erróneamente diagnosticada”. Actualmente, el método de diagnóstico más utilizado es el test de hidrógeno en el aliento, aunque también puede detectarse mediante test sanguíneo, biopsia del intestino delgado o el test genético. “En casos severos o totales de intolerancia, si no se detecta precozmente y se diagnostica correctamente, los problemas digestivos que provoca pueden dañar la mucosa y la flora intestinal y, a largo plazo, alterar la permeabilidad intestinal, lo que a su vez puede derivar en problemas de tipo alérgico o inflamatorio, así como en estados carenciales de nutrientes esenciales para nuestro organismo”, añade. Un dato curioso es que alrededor del 50% de los celíacos (intolerantes al gluten), manifiesta en un primer momento intolerancia secundaria a la lactosa, pero al seguir una dieta sin gluten y recuperar su flora intestinal, remite. Esto explica por qué en muchos casos un diagnóstico de intolerancia a la lactosa puede esconder, en realidad, un diagnóstico de intolerancia al gluten.
En busca de la lactosa oculta
Bajo el lema Vuelve a disfrutar de los lácteos, Laboratorios SALVAT y la ADILAC han puesto en marcha una campaña divulgativa sobre esta intolerancia alimentaria, con el objetivo de concienciar sobre la importancia de un correcto diagnóstico, promover hábitos alimentarios saludables y enseñar a interpretar correctamente el etiquetado de los alimentos. “Es importante recordar que cualquier producto aparentemente sin lactosa, pues en su estado natural no lo contiene, puede incluir aditivos añadidos que lo conviertan en un producto no apto para intolerantes a este azúcar. Por eso, hay que leer siempre con atención la etiqueta de los ingredientes y preguntar al fabricante ante cualquier duda”, recomienda Sans. Para orientar a los afectados, ADILAC ha diseñado un semáforo alimentario que detalla los alimentos con y sin lactosa, y aquellos que pueden contener “lactosa oculta”. Embutidos, bollería, cereales, chocolates, golosinas, cremas, salsas, conservas, panes, harinas, pastas, arroces, postres, platos precocinados… todos estos alimentos elaborados pueden contener lactosa, así como medicamentos, suplementos vitamínicos y dentífricos. También se utilizan derivados de la lactosa como edulcorante bajo en calorías para caramelos, chicles sin azúcar, galletas, helados, alimentos bajos en calorías y laxantes, así como en el proceso de elaboración de bebidas destiladas alcohólicas. “Cuanto más elaborado sea un producto más posibilidades tiene de contener la temida “lactosa oculta”, concluye Sans.
Disfruta de otros lácteos
Además, teniendo en cuenta que no consumir lácteos en la dieta puede llevar a insuficiencia de calcio, vitamina D, Vitamina A y proteínas, desde ADILAC nos recuerdan que, además de la leche, la naturaleza ofrece muchas, y muy buenas, alternativas de aporte de este nutriente a nuestra dieta, como: espinacas, acelgas, cebolla, brócoli, huevo, sardinas, salmón, besugo, gambas, almejas y mejillones, judías y garbanzos o frutos secos, entre otros. Pero además, si no se quiere renunciar al sabor y a las propiedades nutritivas de la leche de vaca, desde hace unos años se pueden encontrar en el mercado variedades de leche cuya lactosa se ha eliminado o hidrolizado previamente mediante la adición de latosa, de forma parcial (“bajas en lactosa”) o total (“sin lactosa”). Una oferta que se ha complementado con productos derivados lácteos como quesos, yogures, batidos de sabores, nata, etc. Igualmente existe una gran variedad de bebidas vegetales alternativas a las de origen lácteo, 100% libres de lactosa, como las de soja, avena, almendras, avellanas o arroz, entre otras.
No confundir con una alergia a la lactosa
Según los expertos de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC), se puede decir que la alergia es una forma particular de intolerancia. Sin embargo, ambos términos definen reacciones a diferentes componentes de la leche. La alergia a la prteína de la leche de vaca consiste en una hipersensibilidad a las proteínas que contiene la leche (caseína) y se manifiesta con erupción cutánea, edema facial e incluso asma. Por otro lado, el término intolerancia se emplea para describir una deficiente asimilación de la lactosa, que nada tiene que ver con las proteínas y se manifiesta principalmente con síntomas digestivos (distensión abdominal y diarrea).