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Cuando las situaciones
negativas mandan, el viento en contra se esfuerza por dificultar nuestra marcha
o el motor de nuestra existencia precisa algún tipo de reparación y nuestras
obligaciones con el entorno social no nos permiten ese pequeño descanso imprescindible
para recuperar el aliento. Todos hemos tenido que poner ?a mal tiempo, buena
cara? y continuar la tarea, aunque nuestra mente o alguno de nuestros sentidos
se encuentre alejado de la rutina diaria.
En todas las referencias
literarias o cinéfilas a la complicada vida de los payasos, siempre surge la
cruda figura de aquel que tiene que hacer reír a los demás cuando la tristeza
le invade por una desgracia familiar o algún contratiempo sentimental. La
forzada sonrisa del payaso surge entonces desde las profundidades y su
profesionalidad logra garantizar la felicidad del público e incluso la
continuidad del espectáculo.
Lo normal es que los vecinos
acudan a su farmacia a comentar su frágil estado de salud, o que los farmacéuticos asistamos con prudencia
y dando ánimos ante el deterioro de largas enfermedades que van incapacitando
lentamente como el Alzheimer o el Parkinson o nos
alegremos de verdad cuando se supera
totalmente una patología difícil.
Pero si nuestras
circunstancias personales son desfavorables, los boticarios de barrio tenemos
una gran ventaja sobre los payasos. Por fortuna, comprobamos entonces que no
estamos solos, que nuestros pacientes son también nuestros amigos del otro lado
del mostrador y que nos responden con elocuentes muestras de solidaridad y
cariño. Sin duda, uno de los mejores medicamentos.