Todos los años las estadísticas lo dejan claro: uno de cada tres divorcios se producen a la vuelta de las vacaciones de verano.  Todo apunta a que la intensa convivencia hace que afloren muchas discrepancias y desencuentros que a lo largo de los once meses restantes quedan diluidos por las exigencias de la vorágine diaria. Pero, ¿separarse es siempre la mejor salida?




 





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No se trata de un mito más: “Los que nos dedicamos a estos temas sabemos que, en cuanto llega septiembre, el número de demandas de separación y de divorcio aumenta considerablemente. De hecho, se puede decir que en esta época ‘nos preparamos’ para el incremento de parejas que visitan los despachos durante este mes con la intención de iniciar los trámites necesarios para dar por finalizada su relación”, explica el abogado Miguel Ángel Jaimez, especializado en temas de familia, de Granada.

La cuestión es ¿por qué las ansiadas vacaciones, que en principio suponen la posibilidad de disfrutar de más tiempo en compañía de la pareja, libres de todo estrés laboral y preocupaciones cotidianas, se traduce en una ruptura?

La psicóloga María Jesús Álava Reyes, autora, entre otros, del libro Emociones que hieren, señala que esta situación se debe en gran medida a las expectativas poco realistas con las que muchas parejas se enfrentan al descanso estival: “Se suelen plantear demasiados objetivos, planes y actividades a realizar, como si el tiempo fuese infinito. A esto hay que unir el enfoque diferente de la afectividad: un miembro de la pareja (generalmente las mujeres) puede necesitar determinadas manifestaciones afectivas, y el otro (habitualmente los hombres), confunde afectividad con sexualidad. A veces, por sorpresa, se constatan conductas que pasan inadvertidas en la vorágine de la vida familiar. Pero, por encima de todo, hay un hecho determinante: es muy difícil la convivencia las 24 horas del día, algo a lo que la mayoría de las parejas no está acostumbrada durante el resto del año”.

 


Los cuatro “culpables”

Según los expertos en el tema, son cuatro los principales motivos que precipitan la decisión de poner fin a una relación tras las vacaciones estivales:

1. Infidelidad

Aunque las estadísticas subrayan que la causa principal del divorcio en España es la infidelidad del varón (18,6 por ciento), lo cierto es que la mujer también empieza a “ganar terreno” en este campo. Respecto a este tema, se pueden dar dos circunstancias: que uno de los miembros de la pareja sea infiel precisamente en la época estival (el “Síndrome del Rodríguez”) o que, debido al mayor tiempo que se pasa con la pareja, salga a la luz o se descubra una infidelidad cometida.

  • Qué se puede hacer al respecto. Muchos expertos coinciden en afirmar que en un elevado número de casos la infidelidad suele ser consecuencia de un problema mucho más profundo entre la pareja y una falta de comunicación. “Con una adecuada orientación (mediador familiar, psicólogo) muchas parejas consiguen perdonar y desdramatizar el suceso, y volver a confiar en el otro. En estos casos, resulta especialmente importante determinar el motivo por el que se ha buscado una relación paralela para tratar de establecer alternativas de cambio si es posible. En todos los casos, resulta de especial ayuda el apoyo de un psicólogo, sobre todo en aquellas parejas en las que uno de los miembros no puede integrar ni entender el suceso en su vida cotidiana, atribuyéndole significados ocultos a la infidelidad lo que, si no se actúa a tiempo, puede convertir la relación en un auténtico infierno”, señala la psicóloga Laura García Agustín, directora del Centro de Psicología Clavesalud, de Madrid.




 


2. La familia política

“Suele ser un tema que con frecuencia sale a relucir cuando la pareja acude a nuestros despachos después del verano –comenta el abogado Miguel Ángel Jaimez-. “Aunque lo ideal es pactar de antemano con la pareja lo adecuado o no de que compartir las vacaciones con la familia política, en ocasiones esta decisión nos viene impuesta, lo que puede suponer un coste emocional muy alto”, explica Laura García Agustín.

  • Qué se puede hacer al respecto. A no ser que la situación se derive de un hecho grave o esté muy deteriorada previamente, lo mejor que puede hacer una pareja para evitar que la actitud de las respectivas familias mine su relación es intentar una comunicación eficaz. “Hay que expresarle al otro de forma franca y abierta pero positiva cómo nos sentimos y de qué modo nos afecta el hecho de que la familia política interfiera en la vida cotidiana, intentando en la medida de lo posible evitar adjetivos del tipo ‘insoportable’, ‘terrible’, etc”, recomienda la psicóloga.


 

3. El síndrome postvacacional

El síndrome postvacacional puede afectar al estado de ánimo, haciendo que a la vuelta de las vacaciones se produzca un replanteamiento del esquema vital y se decida arreglar o romper con aquellos aspectos que no funcionan, entre ellos, la relación de pareja. Expertos de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (SEMFYC) explican que este síndrome conlleva síntomas físicos y psíquicos, como tristeza o irritabilidad, que pueden inducir a tomar decisiones equivocadas.

  • Qué se puede hacer al respecto. Es aconsejable esperar al menos un mes después de la vuelta para empezar a plantearnos grandes cambios, ya que necesitamos estar lúcidos de mente para afrontar la decisión con seguridad y nunca con dudas. Para superar esta situación, los expertos de la SEMFYC recomiendan tener una actitud positiva para ir adaptándose poco a poco al cambio de vida después de las vacaciones y evitar la ansiedad que genera el volver a la rutina y a los problemas cotidianos del trabajo y la familia




 


4. Otros motivos

El desgaste de la relación, las dificultades de comunicación entre los cónyuges, el cambio de estilo de vida y de valores de uno de los miembros de la pareja; falta de amor; abusos verbales; problemas en el ámbito sexual… Todas estas circunstancias, a menudo solapadas por la inmediatez de las necesidades y las rutinas diarias, pueden hacerse mucho más evidentes durante las vacaciones

  • Qué se puede hacer al respecto. “Conviene tener en cuenta que el desgaste en una relación no se produce de la noche a la mañana; es un proceso de duración variable, en algunas ocasiones bastante largo, que puede sustentarse en la pérdida progresiva de interés por el otro o en la monotonía de la relación. Llegado el caso, interesa revisar la relación y tratar de establecer si aún es posible encontrar puntos en común, o ser honestos y determinar si algún día existieron”, recomienda Laura García Agustín

 


¿Seguimos juntos…

Todas las parejas atraviesan crisis y baches. Sin embargo, no todos estos “desencuentros” tienen por qué acabar en divorcio, por mucho que el verano haya crispado la situación. Según los expertos, el hecho de realizar algunos cambios en la trayectoria matrimonial puede hacer que una relación a la deriva vuelva a ser placentera, feliz e incluso romántica. Para ello, aconsejan poner en práctica dos estrategias:

Recordar por qué nos enamoramos en su díade nuestra pareja. Resulta muy clarificador identificar el sentimiento que sustentó la relación y reconocer aquellas circunstancias que han hecho que la llama se haya apagado: expectativas no realistas, promesas incumplidas, pequeños incidentes que poco a poco han ido minando la confianza… Reconocerlo es dar el primer paso para restaurar la relación.

Revisar el compromiso y volver a comprometerse. El compromiso es importante porque sin él suele buscarse la forma de huir cuando surgen los problemas. Está demostrado que el hecho de sentirse de verdad comprometido en un proyecto común y a largo plazo hace más factible decidirse a encontrar soluciones en vez de tirarlo todo por la borda.


O nos separamos?

La decisión de poner fin a la convivencia a menudo no es fácil y puede resultar incluso más tormentosa que la vida en pareja.  “Así como la decisión de casarse o de vivir en pareja acostumbra a ser un acuerdo unitario de las personas que van a iniciar esa íntima relación, la decisión de separarse rara vez ocurre por mutuo consenso, en especial en la familia con hijos. Habitualmente hay un miembro de la pareja que quiere dejar la relación con una mayor pasión o vehemencia que el otro. Las experiencia diaria nos demuestra que la iniciativa o, como mínimo, la decisión final, corre a cargo mayoritariamente de las féminas. Parece ser que las mujeres deciden terminar el matrimonio en las tres cuartas partes de los casos, mientras que cerca de la mitad de los maridos se oponen enérgicamente a esta decisión. Por otro lado, un tercio de las mujeres están en total desacuerdo con la separación, incluidas las que ven en esta medida la solución a sus problemas matrimoniales”,  explica el doctor Paulino Castells, especialista en psiquiatría, en su libro Separarse civilizadamente. El experto ofrece además una serie de pautas para afrontar los primeros momentos de una separación: procurar que no haya enfrentamientos hostiles delante de los hijos; no monopolizar a los hijos en contra del otro progenitor; limitar a lo estrictamente necesario la intervención de familiares y amigos; mantener cubiertas las necesidades hogareñas básicas, e informar de manera objetiva a los niños de los motivos de la separación.

 


 


Mejor, sin rencor

Cuando ya la decisión de separarse o divorciarse es un hecho consumado, es muy importante mantener una actitud lo más positiva que se pueda, evitando en la medida de lo posible todo sentimiento de rencor o venganza (intentar “desplumar” al otro,  establecer una batalla campal con los hijos de por medio….). Tal y como explica la psicóloga Laura García Agustín, “Los seres humanos solemos tener el defecto de despreciar y tratar de destruir lo que no queremos o hemos dejado de querer. Se trata de una forma de hacer más daño cuando el otro no está presente o ya no ocupa un lugar en nuestra vida o nuestro corazón. En el caso de una separación, el hecho de sentirse rechazado o sustituido hace que se arremeta contra la pareja de todas las maneras posibles. Si, además, hay hijos de por medio, la cuestión se complica aún más”.

Aunque hasta cierto punto lógicas, comprensibles y muy “humanas”, este tipo de actitudes no son en absoluto beneficiosas desde el punto de vista psicológico y emocional. “Se trata de una forma patológica de hacerse valer y, por supuesto, resulta muy errónea y perniciosa para ambos. Odiar al otro y procurar causarle mal a nivel económico, social, emocional o, lo que es peor, a través de los hijos, consume demasiada energía, por lo que ambos pierden en la contienda”.

¿Cuál es entonces la mejor actitud a adoptar? Según la experta, aprender que el respeto al otro está por encima de los sentimientos de rechazo o duelo por una ruptura. “Hay que pensar que si el o la ex fue en el pasado alguien muy cercano y muy íntimo, no ha podido dejar de significar algo de la noche a la mañana para pasar a convertirse en un enemigo. El problema es que una de las cosas que más nos duele es aceptar que otra persona nos rechace, y cuando nos sentimos rechazados, la respuesta inmediata generalmente suele ser la de un ataque irracional”, señala Laura García Agustín.  

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Redacción Consejos

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