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-Vengo
preocupado. ¿Me podría aclarar una duda, señorita?
-Con mucho
gusto.
-Es que mi
médico de cabecera me ha mandado al dermatólogo con este papel. Lo he leído y
pone ?posible cuperosis?. Esto es la enfermedad del
cobre ¿verdad?
-No. Eso es cuprismo o cupremia.
-¡Uf! Es que mi cuñado Pepe murió de la enfermedad del cobre.
-La enfermedad
del cobre es una enfermedad hepática.
-Pero a él le
empezó con problemas en la cara, como los que yo tengo.
-Bueno, vamos
por partes. La enfermedad de Wilson, que así se llama el cuprismo,
hay veces que empieza con una dermatitis.
-¿Ve usted?
-Pero es que,?
¡a ver déme el volante!?Efectivamente aquí pone cuperosis,
que no tiene nada que ver.
-Entonces, ¿qué
enfermedad tengo?
-Aún no está
diagnosticada, pero, de serlo, es una enfermedad sin importancia.
-¡Qué peso me
quita de encima! ¿Qué es exactamente?
-Es la aparición
de telangiectasias?. Las venillas que tiene usted en
los pómulos.
-Esto es del
frío.
-Y de algo más.
Mírese el color de la nariz, que es casi rojo.
-¡Ah! A esta
nariz mía le llamo yo valdepeñosa, señorita?¡nada de talestiasias o telesillas o como se diga! ¡El color de mi
nariz es de beber Valdepeñas, desde hace treinta años!
-¡Si usted lo
dice! De todas formas me alegro de que se le haya pasado el miedo.
-Es que a mí, y
no tengo por qué ocultarlo, me gusta de vez en cuando una ?gotica?.
-Y algo más que
una gotica, si me lo permite.
-Por ahí van los
tiros. Es que mi cuñado, que en gloria esté?¡pobrecito!, y un servidor hemos
cogido una cogorzas muy simpáticas.
-Ahora entiendo
que estuviera usted escamado con lo de la cupremia.
-¡Claro mujer!
Empezaron los médicos con él, que si una cirrosis, que si?
-Es que la
enfermedad de Wilson se manifiesta como una cirrosis. El hígado no metaboliza
el cobre.
-Pues no quiera
usted ver el miedo que se me quedó en el cuerpo. He estado hasta una semana sin
probar el vino.
-¡Vaya récord!
-Usted lo dice
así, fácilmente, pero para los que estamos acostumbrados es, efectivamente, un
récord.
-Pues esté
tranquilo que lo suyo no va por ahí.
-Pero es que
estas manchas rojas?.así empezó mi cuñado.
-Esas manchas
suyas son dilataciones de las vénulas y las arteriolas.
-¿Eso es latín?
Así hablan en las películas de romanos.
-Bueno?,
perdone. A lo mejor soy muy cursi, pero así se llaman los capilares dilatados y
enrojecidos, como los que tiene usted.
-¡No me tiene
usted que pedir perdón! Todo lo contrario, me está usted quitando un peso de
encima. ¿Puedo seguir con mi Valdepeñas?
-Oiga. Una cosa
es que yo le diga que lo suyo no es peligroso y otra que me haga responsable de
una posible cirrosis.
-Usted no se
preocupe que esto es cosa mía.
-Pero es que,
por lo que veo, usted es un hombre extravertido y pasa con facilidad de la
tristeza a la alegría.
-¡Pues si me
viera usted con una ?gotica?! ¿Pero lo mío es grave?
-No, es una
dolencia, más que nada, de índole estético.
-¿De belleza?
¡Usted de eso no se preocupe, señorita! Yo soy feo por naturaleza.
-¡Hombre… no
es para tanto!
-¡Fíjese que,
además del Valdepeñas, me gusta también una copita de anís para matar el
gusanillo.
-No se priva de
nada.
-Pues a lo que
iba. Nunca lo pido de ?El Mono? para que no se me pegue más.
-Desde luego
tiene gracia. ¡Habrá que verlo con una ?gotica?!
-Eso está
hecho. ¿A qué hora cierra usted la
Farmacia, señorita?