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En un país que envejece, la alimentación en mayores es una consulta recurrente en las salas de endocrinos y expertos en nutrición. Nuestro nutricionista, Eric Iges, nos abre las puertas a los procesos que dominan esta etapa de la vida y nos cuenta cómo abordar, desde el punto de vista nutricional, uno de los principales escollos de la vejez: la malnutrición.
El envejecimiento de la población es uno de los fenómenos más importantes del último siglo, en el que la esperanza de vida media de los países desarrollados ha aumentado en cerca de un 150%. El propio proceso de envejecimiento trae consigo numerosos cambios en la persona, tanto a nivel fisiológico (derivados del propio paso del tiempo), como ambiental (relacionado con su estilo de vida, alimentación…) y patológico.
Malnutrición proteico-energética: un “síndrome geriátrico”
Según el Manual de Atención al Anciano Desnutrido en el Nivel Primario de Salud, que cuenta con el sello de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, la malnutrición se caracteriza por una alteración de la composición corporal, ocasionada fundamentalmente por un desequilibrio entre la ingesta de nutrientes, su aprovechamiento y las necesidades nutricionales específicas de cada individuo. Podríamos decir que uno de los grandes “síndromes geriátricos” es la malnutrición proteico-energética. Esta malnutrición supone un factor determinante para el establecimiento de la fragilidad en el anciano, ocasionando un claro aumento de la morbi-mortalidad prematura, aumento de estancias hospitalarias, fomento de recaídas, disminución de recuperación…
Asociado a esta fragilidad, podemos hablar también de la sarcopenia o pérdida de masa muscular que ocurre con el paso de los años, y que trae consigo una disminución del metabolismo basal. Este factor está muy relacionado con el grado de sedentarismo de cada persona, es decir, cuanto menos deporte se realice, mayor será la pérdida de masa muscular. Por todo ello, el entrenamiento de fuerza podría resultar especialmente interesante. Además, durante la vejez hay un cambio en la composición corporal, aumentado la masa grasa corporal en detrimento de esta pérdida de masa muscular.
Numerosos son los factores que pueden ocasionar este tipo de malnutrición: problemas gastrointestinales, problemas de salud bucodental, enfermedades crónicas, patologías psiquiátricas, o incluso problemas sociales como la soledad o la viudedad, que generen un menor apetito o una elección inapropiada de los alimentos.
¿Cómo actuar en estos casos?
En un primer nivel, desde los hospitales, centros de atención primaria y residencias se llevan a cabo una serie de cuestionarios y valoraciones que facilitan la detección precoz de la malnutrición proteico-energética del anciano. Sin duda, es uno de los aspectos que se tienen protocolizados en todos estos centros, y que implican una serie de acciones.
- En primer lugar, se lleva a cabo una valoración global que incluya una anamnesis y un examen físico donde se evalúe el peso corporal, el índice de masa muscular, la toma de pliegues cutáneos…
- Tras esta valoración global, se deben realizar pruebas complementarias que evalúen fundamentalmente el compartimento proteico del cuerpo, pero también el compartimento graso, así como la inmunidad y la absorción de micronutrientes. Sin duda alguna, la prevención de la desnutrición debe iniciarse de esta manera.
Alimentación en mayores: mitos a desterrar
En el aspecto más práctico del abordaje, en lo que a la alimentación se refiere, debemos tener en cuenta varios “mitos”, o más bien, “creencias erróneas” que desterrar:
-MITO 1: “La persona de edad avanzada debe comer menos, ya que gasta menos y su metabolismo basal es menor”. No siempre. Hay que tener mucho cuidado con este aspecto, ya que se debe prestar mucha atención a estos estados de ingestión insuficiente del anciano, ocasionados por las múltiples patologías o problemas mencionados anteriormente. De hecho, muchas veces la propia patología hace que los requerimientos estén aumentados.
– MITO 2: “Un anciano tiene que seguir una dieta especial y distinta a la de la población general”. No siempre. No se puede generalizar este argumento, ya que de manera general y siempre que le sea posible, el anciano debe llevar a cabo una alimentación saludable como cualquier persona en otra etapa de la vida. Es cierto que si se padecen determinadas enfermedades o alteraciones sí habría que individualizar. De hecho, a raíz de estas dos creencias, aprovechamos para indicar que una alimentación suficiente y saludable en el anciano (de manera general) debe estar basada en alimentos de alta densidad nutricional, es decir, que contengan una gran cantidad de nutrientes sin un aporte excesivo de calorías. Hablamos de frutas, verduras y hortalizas, así como de granos integrales, legumbres y alimentos proteicos saludables (carne magra, pescado blanco y azul, huevos…).
– MITO 3: “Los ancianos deben tomar menos líquidos para controlar la incontinencia”. Falso. Los ancianos no tienen una menor necesidad de líquidos y el restringirlos puede provocar problemas de deshidratación y más alteraciones relacionadas con ello.
– MITO 4: “El anciano es incapaz de cambiar sus hábitos”. Falso. Es cierto que parece resultar más difícil, pero la clave estará en la motivación de cada persona. A través de la educación nutricional y de la relación interpersonal que se tenga, los hábitos se pueden modificar en cualquier etapa de la vida.