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Dormir es tan importante para el cerebro como alimentarse adecuadamente.
Los expertos de la Sociedad Española de Neurología Pediátrica alertan de la falta de sueño con la que van los niños al colegio y las consecuencias negativas que tiene tanto en su rendimiento como en su manera de relacionarse con el entorno. Durante el sueño, los niños asimilan y organizan lo visto y aprendido con el entorno y maduran física y psíquicamente, según su edad y conducta. Mientras estamos en brazos de Morfeo, se liberan hormonas que nos ayudan a crecer y a tener un neurodesarrollo adecuado para cada edad. Además de servir para reparar fuerzas y fijar lo aprendido durante el día, el sueño influye en la maduración del sistema nervioso central y ayuda a realizar el proceso de fijación de una de las funciones más importantes del cerebro: la memoria.
Por eso es tan importante, desde la más temprana edad, establecer horarios de sueño y un número determinado de horas, según cada edad. El niño que no duerme bien acabará teniendo problemas en su conducta o comportamiento. Así lo aseguran los expertos de la Sociedad Española de Neurología, que advierten que no dormir lo suficiente cada noche se asocia con un riesgo más alto de accidentes, hipertensión, obesidad y depresión, sobre todo en los adolescentes, que podrían experimentar un mayor riesgo de autolesión o pensamientos suicidas. Según el neuropediatra Álvaro Bilbao, aunque el impacto de la falta de sueño pueda ser mínimo en el presente, puede no serlo en el futuro, “ya que si este hábito de pérdida de sueño se perpetúa, y los padres no le dan la importancia que se merece, ese mismo niño llegará a ser un adolescente de dieciséis que esté durmiendo seis horas y media al día (unas dos horas menos de las que su cerebro necesita) y esto le provocará muchas dificultades de aprendizaje en su primer año de bachillerato, y mayor irritabilidad en una edad en la que ya de por sí resulta difícil mantener la calma”, explica.
¿Cuánto necesito dormir?
*Según la Academia Americana de Medicina del Sueño (AASM)
• Bebés de 4 a 12 meses, 12-16 h (incluyendo siestas).
• Niños de 1 a 2 años, 11-14 h (incluyendo siestas).
• Niños de 3 a 5 años, 10-13 h (incluyendo siestas).
• Niños de 6 a 12 años, 9-12 h.
• Adolescentes de 13 a 18 años, 8-10 h.
Si roncan, vigílales
Un niño que ronca y tiene continuos despertares, durante el día se mostrará irritado y alterado y su concentración y rendimiento en el colegio no será la misma. Por lo tanto, es conveniente descartar una apnea del sueño, una patología poco diagnosticada que puede llegar a provocar daños en la estructura cerebral en una fase crucial para el desarrollo neurológico y aprendizaje del niño. En la apnea del sueño infantil, la respiración del niño se detiene durante el sueño debido a que las vías respiratorias se han estrechado o están parcialmente obstruidas. Esto puede ocurrir por una serie de características anatómicas, como una garganta estrecha, presencia de adenoides o amígdalas agrandadas que bloquean parcialmente el flujo de aire. Los niños que tienen apnea del sueño dejan de respirar durante 10 a 30 segundos mientras duermen. Estas interrupciones cortas en la respiración pueden ocurrir hasta 400 veces cada noche. Los períodos sin respiración le pueden hacer despertar del sueño profundo reparador, el cual es especialmente frecuente e intenso en los niños.
A más hierro, mejor sueño
Existen una serie de nutrientes que tienen relación con el aprendizaje como el hierro, un precursor de la dopamina, que es un neurotransmisor cerebral implicado en las vías que regulan la capacidad de atención. De hecho, el déficit de hierro se ha relacionado tradicionalmente con problemas de atención. Tener unos adecuados niveles de hierro influye, por tanto, en el descanso nocturno. ¿Y de dónde obtenerlo? Principalmente de carnes, verduras y legumbres como las lentejas, aunque es muy frecuente que tengamos que administrar suplementos de hierro en algún momento durante la edad pediátrica.
Si no duerme, ¿le doy melatonina?
La exposición a pantallas electrónicas al final del día, horarios irregulares de sueño, turnos de trabajo nocturnos o algunos trastornos en el neurodesarrollo como el TDAH, pueden alterar la producción de melatonina, una hormona que produce nuestro cerebro cuando el sol comienza a esconderse. Su presencia en la sangre varía durante el día, siendo mayor durante la fase oscura del día, y menor durante la fase de luz, creando así el ritmo circadiano que se consolida a partir de los 5 o 6 meses de vida. Su principal función es facilitar el inicio del sueño regulando el ritmo sueño-vigilia. También actúa sobre las funciones del ojo, colabora en el control del crecimiento tumoral, tiene una acción protectora ósea, regula la acidez del tracto gastrointestinal, interviene en la regulación de la inmunidad, en la de la tensión arterial y puede modificar la función de los neurotransmisores del sistema nervioso central.
El uso de la melatonina siempre debe estar acompañado de medidas de higiene del sueño, ambientales y de alimentación y su utilización deber estar indicada siempre por un pediatra o un médico experto en sueño que controle su uso en cuanto a dosis, indicaciones y duración del tratamiento. No se recomienda su uso en niños menores de 6 meses. A partir de los 6 meses de edad, se ha demostrado su eficacia como regulador del ritmo vigilia/sueño, es decir el estar despierto y dormir.