La aversión alimentaria, la selectividad alimentaria severa, la falta de masticación en edades infantiles ya avanzadas y el rechazo sensorial a ciertas texturas y sonidos de los alimentos son cada vez más comunes y afectan al desarrollo y la relación de los menores con la comida. Comer con pantallas y juguetes, lejos de aliviar el problema, lo agrava.
Casi la totalidad de los niños presentan una etapa transitoria de rechazo alimentario entre los 2 y 6 años que superan sin necesidad de tratamiento. Sin embargo, patrones como la selectividad alimentaria severa, la falta de masticación en edades infantiles ya avanzadas y el rechazo sensorial a ciertas texturas y sonidos de los alimentos son cada vez más comunes, afectando al desarrollo y a la relación de los menores con la comida. Así lo explican desde la Copa COVAP, iniciativa educativa y deportiva promovida por la Cooperativa Ganadera del Valle de los Pedroches, y el Colegio Oficial de Logopedas de Andalucía (COLOAN). Esto suele derivar en el empleo de estrategias poco saludables durante las comidas, como el uso de pantallas o juguetes como distractores, o insistencia y presión desmesuradas. “Estas prácticas pueden agravar el problema, llevando incluso al rechazo de ciertos alimentos y, en algunos casos, a un déficit nutricional”, afirma Begoña Barceló, logopeda e integrante del Colegio Oficial de Logopedas de Andalucía (COLOAN).
¿Qué alimentos suelen descartar?
- Con la vuelta al cole y a los comedores escolares, muchos problemas relacionados con la alimentación en los niños se convierten en un suplicio para familias y tutores. “Un niño puede rechazar los alimentos por muchas razones: padecer problemas de salud y malestar, recordar experiencias que fueron estresantes, presentar dificultades sensoriales y/o habilidades motoras orales insuficientes para gestionar los alimentos, y carecer de rutinas en torno a las comidas”, explican los expertos. Lo más común en la práctica mayoría de los niños es el rechazo a las verduras, probablemente porque no aportan una gran cantidad de calorías en comparación con otros productos, lo que se contrapone al aporte calórico inmediato producido por los azúcares e hidratos de carbono de la bollería industrial que, además, es sabrosa, de textura agradable y apariencia atractiva. Para evitar el enganche a este tipo de productos, según los especialistas la mejor opción es no probarla.
- Los niños con alteraciones sensoriales suelen descartar alimentos en función de las texturas (detestan los grumos, sólo admiten crujientes o por el contrario aceptan los extremadamente blandos). También pueden presentar preferencias por la temperatura, el aroma o el color.
- Los niños con dificultades de masticación necesitan texturas en puré o líquidas, y cuando detectan sólidos, los engullen o los expulsan. Y los que sólo toleran una gama de alimentos extremadamente restringida, se cansan y comienzan a reducir aún más sus opciones.
Forzar o no forzar
Desde la Copa COVAP recuerdan que “un cerebro con falta de nutrientes es más propenso al cansancio, lo que a su vez genera problemas de atención, concentración y aprendizaje. Otros problemas que pueden aparecer son la anemia, los trastornos digestivos y dificultades para regular el sueño. Y a largo plazo estos problemas pueden derivar en diabetes, obesidad e hipertensión, entre otras enfermedades”.
Todo ello nos recuerda lo importante que es atajar el problema, utilizando las herramientas y métodos especializados en alimentación infantil que motivan a los más pequeños a probar y aceptar alimentos en lugar de forzarlos. “Se trata de enfoques que, en lugar de centrarse únicamente en que el niño o niña coma, fomentan el deseo de comer de manera autónoma y saludable, lo que resulta crucial para reducir el estrés que experimentan las familias, facilitando un entorno más positivo y efectivo en el proceso de alimentación”, concluye la especialista Begoña Barceló. En cualquier caso, el abordaje terapéutico debe incluir, al menos, un logopeda y un terapeuta ocupacional, además del control de la salud y el aporte nutricional que, generalmente, lo asume el pediatra.

