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Selectividad alimentaria: qué hacer si tu hijo se lleva mal con la comida

Casi la totalidad de los niños presentan una etapa transitoria de rechazo alimentario entre los 2 y 6 años.

por Redacción Consejos

La aversión alimentaria, la selectividad alimentaria severa, la falta de masticación en edades infantiles ya avanzadas y el rechazo sensorial a ciertas texturas y sonidos de los alimentos son cada vez más comunes y afectan al desarrollo y la relación de los menores con la comida. Comer con pantallas y juguetes, lejos de aliviar el problema, lo agrava.

Casi la totalidad de los niños presentan una etapa transitoria de rechazo alimentario entre los 2 y 6 años que superan sin necesidad de tratamiento. Sin embargo, patrones como la selectividad alimentaria severa, la falta de masticación en edades infantiles ya avanzadas y el rechazo sensorial a ciertas texturas y sonidos de los alimentos son cada vez más comunes, afectando al desarrollo y a la relación de los menores con la comida. Así lo explican desde la Copa COVAP, iniciativa educativa y deportiva promovida por la Cooperativa Ganadera del Valle de los Pedroches, y el Colegio Oficial de Logopedas de Andalucía (COLOAN). Esto suele derivar en el empleo de estrategias poco saludables durante las comidas, como el uso de pantallas o juguetes como distractores, o insistencia y presión desmesuradas. “Estas prácticas pueden agravar el problema, llevando incluso al rechazo de ciertos alimentos y, en algunos casos, a un déficit nutricional”, afirma Begoña Barceló, logopeda e integrante del Colegio Oficial de Logopedas de Andalucía (COLOAN).

¿Qué alimentos suelen descartar?

  1. Con la vuelta al cole y a los comedores escolares, muchos problemas relacionados con la alimentación en los niños se convierten en un suplicio para familias y tutores. “Un niño puede rechazar los alimentos por muchas razones: padecer problemas de salud y malestar, recordar experiencias que fueron estresantes, presentar dificultades sensoriales y/o habilidades motoras orales insuficientes para gestionar los alimentos, y carecer de rutinas en torno a las comidas”, explican los expertos. Lo más común en la práctica mayoría de los niños es el rechazo a las verduras, probablemente porque no aportan una gran cantidad de calorías en comparación con otros productos, lo que se contrapone al aporte calórico inmediato producido por los azúcares e hidratos de carbono de la bollería industrial que, además, es sabrosa, de textura agradable y apariencia atractiva. Para evitar el enganche a este tipo de productos, según los especialistas la mejor opción es no probarla. 
  2. Los niños con alteraciones sensoriales suelen descartar alimentos en función de las texturas (detestan los grumos, sólo admiten crujientes o por el contrario aceptan los extremadamente blandos). También pueden presentar preferencias por la temperatura, el aroma o el color. 
  3. Los niños con dificultades de masticación necesitan texturas en puré o líquidas, y cuando detectan sólidos, los engullen o los expulsan. Y los que sólo toleran una gama de alimentos extremadamente restringida, se cansan y comienzan a reducir aún más sus opciones.

Forzar o no forzar

Desde la Copa COVAP recuerdan que “un cerebro con falta de nutrientes es más propenso al cansancio, lo que a su vez genera problemas de atención, concentración y aprendizaje. Otros problemas que pueden aparecer son la anemia, los trastornos digestivos y dificultades para regular el sueño. Y a largo plazo estos problemas pueden derivar en diabetes, obesidad e hipertensión, entre otras enfermedades”. 

Todo ello nos recuerda lo importante que es atajar el problema, utilizando las herramientas y métodos especializados en alimentación infantil que motivan a los más pequeños a probar y aceptar alimentos en lugar de forzarlos. “Se trata de enfoques que, en lugar de centrarse únicamente en que el niño o niña coma, fomentan el deseo de comer de manera autónoma y saludable, lo que resulta crucial para reducir el estrés que experimentan las familias, facilitando un entorno más positivo y efectivo en el proceso de alimentación”, concluye la especialista Begoña Barceló. En cualquier caso, el abordaje terapéutico debe incluir, al menos, un logopeda y un terapeuta ocupacional, además del control de la salud y el aporte nutricional que, generalmente, lo asume el pediatra.

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