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Las redes se han incendiado con el SIBO. Pero, ¿qué es esa palabra que nos trae a todos de cabeza y qué patología esconde detrás? Te explicamos en qué consiste esta condición de la que cada día oímos hablar más y de cuyo sobrediagnóstico por la falta de test de detección fiables y el escaso conocimiento de muchos médicos acerca de su correcta interpretación y abordaje, alerta a los expertos más reconocidos en la materia.
El SIBO es el sobrecrecimiento de bacterias en el intestino delgado, condición que produce una mala absorción de nutrientes y una inflamación de la mucosa que conlleva hinchazón, dolor abdominal y pérdida de apetito, entre otros síntomas. Relacionado directamente con la flora intestinal, ese microcosmos que en el intestino grueso resulta tan beneficioso, cuando sobrecrece en el intestino delgado, donde al contrario de lo que sucede en el intestino grueso, no suele haber apenas bacterias, puede producir una inflamación de la mucosa y una pérdida de la capacidad de absorción de nutrientes (grasas, carbohidratos y proteínas), provocando diarrea, pérdida de peso y a la larga, malnutrición y osteoporosis. Es lo que conocemos como SIBO (sobrecrecimiento bacteriano intestinal, por sus siglas en inglés).
Equilibrio bacteriano en riesgo
¿Y por qué no suele haber bacterias en el intestino delgado? Porque aquí, según explican desde Mayo Clínic, la presencia de secreciones ácidas, biliares y pancreáticas destruye la mayor parte de los microorganismos ingeridos, al tiempo que la actividad motora propulsiva propia del intestino delgado impide su colonización. Cuando el equilibrio entre estos mecanismos de defensa físicos (válvula ileocecal) y químicos (enzimas pancreáticas, ácidos gástricos,) del intestino delgado y las bacterias se rompe, es cuando se produce el crecimiento excesivo de bacterias, tan perjudicial y que produce la inflamación y demás síntomas asociados.
¿Y cómo se produce este desequilibrio? Bien a consecuencia de trastornos de la motilidad, que enlentecen el movimiento normal del intestino delgado; de una cirugía abdominal (incluido el bypass gástrico para la obesidad y la gastrectomía para tratar las úlceras pépticas y el cáncer de estómago); de problemas estructurales en el intestino delgado como las adherencias intestinales (tejido cicatricial que puede envolver el exterior del intestino delgado) o la diverticulosis intestinal (bolsas abultadas de tejido que sobresalen a través de la pared del intestino delgado); o de una enfermedad, como la enfermedad de Crohn, la enteritis por radiación, la esclerodermia, la enfermedad celíaca, la diabetes u otras afecciones que pueden retardar el movimiento (motilidad) de los alimentos y los productos de desecho a través del intestino delgado, creando así un caldo de cultivo apto para las bacterias.
Entre los síntomas que puede provocar están:
- Saciedad precoz y dolor abdominal.
- Náuseas. Hinchazón, gases y flatulencia. Sensación incómoda de saciedad después de comer.
- Diarrea. Pérdida de peso involuntaria.
- Déficit de vitaminas A, D, E, K y B-12. La deficiencia de B-12 puede provocar debilidad, fatiga, hormigueo y entumecimiento en las manos y los pies y, en casos avanzados, confusión mental.
- Déficit de calcio que a la larga puede provocar osteoporosis y cálculos renales.
- En casos severos, malnutrición.


Sin pruebas no hay diagnóstico
Los expertos insisten en la necesidad de realizar pruebas para llegar a un correcto diagnóstico y evitar autodiagnósticos tratados con antibióticos que a la larga pueden generar resistencias multibacterianas.
- Prueba de aliento. Este tipo de prueba no invasiva mide la cantidad de hidrógeno o metano que se exhala después de beber una mezcla de glucosa y agua. Un rápido aumento del hidrógeno o del metano exhalado puede indicar un crecimiento excesivo de las bacterias en el intestino delgado. Aunque está ampliamente disponible, la prueba de aliento es menos específica que otros tipos de pruebas para diagnosticar el sobrecrecimiento bacteriano.
- Aspiración por endoscopia del líquido intestinal y cultivo. Esta es actualmente la prueba estándar principal para el sobrecrecimiento bacteriano. Para obtener la muestra del líquido, se realiza una endoscopia y se extrae una muestra del líquido intestinal del intestino delgado que después se analiza en un laboratorio para comprobar si existe crecimiento de bacterias.
- Análisis de sangre que permita detectar una posible deficiencia de vitaminas y evaluación de las heces para comprobar la malabsorción de grasa. «Estas son pruebas que nos pueden aportar información útil, pero raramente las usaríamos para saber o descartar si la causa de la sintomatología es un SIBO», explica Alba López, dietista nutricionista del Centro Júlia Farré.
- En algunos casos, el médico puede recomendar pruebas de imagen, como radiografías, tomografía computarizada o resonancia magnética para buscar anomalías estructurales del intestino.
Tratamiento: antibióticos y apoyo nutricional
Según explica Alba López, el tratamiento se centra en corregir las deficiencias nutricionales y trabajar para revertir la permeabilidad intestinal, con “una alimentación específica, (y no genérica), para el tratamiento del SIBO, y teniendo en cuenta también el resto de factores implicados, como medicación, suplementación, estilo de vida, etc., ya que, aunque las dietas personalizadas son de ayuda, por sí solas no suelen ser suficiente para resolver un SIBO de forma definitiva”, aclara la experta. “También es necesario eliminar el crecimiento excesivo de bacterias con antibióticos, que deben alternarse para evitar resistencias antibacterianas y posibles diarreas por causa de alteraciones de la flora intestinal”.
En cualquier caso, el apoyo nutricional es una parte crucial del tratamiento del crecimiento excesivo de bacterias en el intestino delgado, particularmente en personas con pérdida de peso severa, y pueden mejorar las deficiencias vitamínicas, reducir el dolor intestinal y ayudar con el aumento de peso. A menudo pueden necesitarse suplementos nutricionales, así como vitaminas orales y suplementos de calcio y hierro.
También es importante evitar la mayoría de los productos que contienen lactosa, o usar preparaciones de lactasa que ayudan a digerir el azúcar de la leche, ya que el daño al intestino delgado puede hacer que se pierda la capacidad de digerir el azúcar en la leche (lactosa).
«Puede existir un vínculo entre el exceso de omeprazol y el SIBO, ya que al tratarse de un inhibidor de la bomba de protones que minimiza la producción de ácido en el estómago, acaba facilitando que exista también una falta de ácido en el tramo inicial del intestino delgado, lo cual puede acabar facilitando un sobrecrecimiento bacteriano».