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La pandemia ha obligado a retrasar muchas citas programadas para revisiones rutinarias al ginecólogo. Este retraso “burocrático”, unido al miedo a contagiarse por SARS-CoV-2 en las consultas, ha hecho que muchos diagnósticos de cáncer de mama se hayan retrasado o continúen pendientes. Te enseñamos a distinguir los síntomas que deben llevarte inmediatamente a la consulta del ginecólogo.
A la natural resistencia a ir al médico por miedo a la confirmación de un cáncer de mama, este año se ha unido el recelo a acudir a las consultas por miedo al coronavirus. Por ello, GEICAM, el grupo líder en investigación en cáncer de mama en España, quiere hacer hincapié en la importancia de revisar cualquier anomalía en las mamas y de acudir inmediatamente a la consulta del ginecólogo. Estos son los síntomas más frecuentes que pueden confirmar un diagnóstico de cáncer de mama y que siempre deben analizarse con el médico:
- Un bulto o nódulo de reciente aparición, que se palpa como una zona engrosada en la mama y que puede ser o no doloroso al palparlo.
- Cambios en la piel de la mama como la aparición de ulceraciones, retracción de la piel (hoyuelos), cambios de color, rugosidades o enrojecimiento (piel de naranja).
- Cambios en la forma o el tamaño de alguna de las mamas o que el borde o silueta de la mama sea irregular.
- Cambios en el pezón como su inversión o retracción (el pezón se dirige hacia dentro de la mama, apareciendo como hundido), la aparición de una úlcera que tarda en cicatrizar o de secreción a través del pezón que contiene sangre o solamente se produce en una de las mamas.
- Un bulto o nódulo que se palpa en la zona de la axila.
- Fijación del tejido de la mama en el tórax que puede apreciarse por una disminución en la movilidad de la mama al levantar el brazo del mismo lado.
- En fases más avanzadas de la enfermedad, otros síntomas como el cansancio o el dolor óseo localizado pueden indicar la presencia de metástasis en otros órganos distantes a la mama.
Mamografía y ecografía mamaria: ¿para que sirve cada una?
Además de hacer una autoexploración de forma regular, a partir de los 30 años deberían realizarse cada año una ecografía de la mama en la revisión ginecológica. Las mujeres predispuestas genéticamente al cáncer de mama deben efectuarse esta ecografía a partir de los 25 años. La primera mamografía debería realizarse alrededor de los 40 años en todas las mujeres y repetirse cada dos años.
MAMOGRAFÍA | ECOGRAFÍA MAMARIA |
DETECTA NÓDULOS O MASAS: la mayoría van a ser lesiones benignas y sin mayor importancia como los quistes (que contienen líquido) y los fibroadenomas (más frecuentes en las mujeres jóvenes). El cáncer de mama cuando se presenta en forma de nódulo, tiene unas características en la mamografía que lo diferencian de las lesiones benignas. | Hay mujeres que tienen lo que se conoce como “mamas densas”, que presentan más dificultad para el diagnóstico en la mamografía. La ecografía de mama es muy útil para diferenciar ENTRE LESIONES QUÍSTICAS (con LÍQUIDO en su interior) y LESIONES SÓLIDAS |
CALCIFICACIONES: son muy frecuentes y generalmente benignas, cuando son muy pequeñas se llaman microcalcificaciones. Si se agrupan y presentan unas determinadas características, pueden ser un signo muy precoz de cáncer. | Suele utilizarse en mujeres menores de 40 años, como primera opción en mujeres embarazadas y durante la lactancia materna para evitar la mamografía. |
Cuando existe más riesgo
Es importante tener en cuenta también que hay determinados factores que acrecientan el riesgo de padecer un cáncer de mama, por lo que, si en estas circunstancias se detecta alguno de los anteriores síntomas, aún es más acuciante la visita al especialista. Según GEICAM, el riesgo de desarrollar cáncer de mama aumenta con la edad, concretamente a partir de los 50 años, aunque las mujeres jóvenes también puedan desarrollar la enfermedad y en España están aumentando los diagnósticos a edades tempranas. También la exposición prolongada a altas concentraciones de estrógenos incrementa el riesgo de desarrollar cáncer de mama. Por ejemplo, las mujeres que tuvieron su primera regla antes de los 12 años, que no han tenido hijos o se han quedado embarazadas con más de 35 años tienen mayor riesgo de desarrollar cáncer de mama en relación a aquellas con una menarquia más tardía o embarazos a edades tempranas. Igualmente, las mujeres con antecedentes de algunas alteraciones mamarias benignas (hiperplasia ductal atípica, fibrosis simple, adenoisis no esclerosante o calcificaciones relacionadas con el epitelio, entre otras), o aquellas que ya han padecido un cáncer de mama, de endometrio o de ovario anteriormente o aquellas que han tenido antecedentes familiares de cáncer de mama de primer grado están más expuestas a desarrollarlo, sobre todo si la enfermedad es bilateral (localizada en ambas mamas) o es diagnosticada a edades tempranas (antes de los 40 años). Igualmente, los factores genéticos que se transmiten de generación en generación, también están muy relacionados con el cáncer de mama, aunque son poco frecuentes: los genes portadores de estas mutaciones que actualmente son más conocidos y habituales son BRCA1 y BRCA2, aunque sabemos que existen más genes implicados en el cáncer hereditario. Y, por último, la obesidad (un mayor índice de grasa corporal en mujeres que han pasado la menopausia aumenta el riesgo de desarrollar la enfermedad) y el tratamiento hormonal sustitutivo en la menopausia también aumenta las posibilidades de desarrollar cáncer de mama. Eso sí, una vez se interrumpe el tratamiento, este riesgo va disminuyendo.
También el consumo regular de alcohol es uno de los factores de riesgo más importantes en el cáncer de mama, sobre todo entre aquellas personas con una susceptibilidad aumentada, así como la exposición a radiaciones ionizantes, especialmente si esta ocurre antes de los 40 años y, sobre todo, durante la infancia.
Ejercicio y dieta alejan el fantasma
Por el contrario, el riesgo de desarrollar cáncer de mama disminuye a medida que una persona aumenta su gasto energético y, en el caso de las mujeres postmenopáusicas, hacer ejercicio físico aporta muchos beneficios. Según el estudio EpiGEICAM de estilo de vida y riesgo de desarrollar cáncer de mama, las mujeres españolas físicamente inactivas mostraron un aumento de riesgo de un 71%, en comparación con aquellas que cumplían las recomendaciones internacionales en cuanto a la práctica de ejercicio físico.
En cuanto a la dieta, la dieta mediterránea (es decir, aquella basada en el consumo abundante de frutas, hortaliza y verduras y pobre en alimentos ultraprocesados), podría reducir el riesgo de desarrollar un tumor de mama hasta en un 30%, según este estudio. Por el contrario, la llamada dieta occidental, con un alto consumo de alimentos ultraprocesados, aumentaría este riesgo.