Únete a nuestra comunidad
Toda la actualidad del mundo de la salud y la farmacia en Consejos de tu Farmacéutico.
Además, puedes seguirnos en nuestras redes sociales:
En las grandes novelas románticas, cuando el pañuelo de la protagonista se teñía de rojo al toser era sinónimo de muerte temprana. Era la tuberculosis, el mal del siglo XIX que llevaba a los pacientes a balnearios de aguas termales donde curar la enfermedad, y que, en la mayoría de las ocasiones dejaba secuelas de por vida o la muerte.
Hoy en día, tener tuberculosis ha dejado de ser sinónimo de muerte para convertirse en una enfermedad fácilmente prevenible, curable y detectable mediante varios y sencillos métodos diagnósticos. Aun así, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), aproximadamente un tercio de la población mundial está infectada por el bacilo de la tuberculosis, aunque solo una pequeña proporción de los infectados enfermará, fundamentalmente las personas con sistemas inmunitarios debilitados, sobre todo las personas afectadas por VIH, que tienen aproximadamente entre 26 y 31 veces más probabilidades de desarrollar una tuberculosis activa. También es una enfermedad asociada a la pobreza, dándose con más frecuencia en países pobres y desfavorecidos.
Diagnosticar, así de fácil
La tuberculosis es una infección bacteriana causada por la bacteria Mycobacterium tuberculosis o bacilo de Koch (debido a que fue Robert Koch quien la descubrió por primera vez),altamente contagiosa y potencialmente peligrosa, que afecta preferentemente a los pulmones, pudiendo propagarse a otros órganos.
Los métodos diagnósticos de que disponemos hoy en día abarcan desde una radiografía de tórax, que permite ver si hay alteraciones o lesiones, un análisis del esputo, para detectar la presencia de bacilos, o la llamada prueba cutánea de la tuberculina o prueba de Mantoux. La prueba cutánea de la tuberculina consiste en inyectar en el tejido subcutáneo un extracto que contiene antígenos del bacilo de Koch, causante de la tuberculosis, pero no el bacilo entero, por lo que no puede producir infección. Si una persona tiene anticuerpos contra el bacilo, tendrá una reacción cutánea a los 2-3 días en el lugar de la inoculación, caracterizada por induración, eritema y calor. Si se produce esta reacción, significa que el sujeto ha estado en contacto con el bacilo en algún momento de su vida.
También se puede diagnosticar mediante una analítica conocida como prueba de interferón-gamma (IGRA).
Los síntomas
Se trata de una enfermedad que se contagia por vía aérea a través de gotitas emitidas al aire por las personas enfermas al hablar, toser y/o estornudar. Existe mayor riesgo de contagio en las personas que están en contacto estrecho y regular con alguien que padece esta enfermedad, en condiciones de vida insalubre o de hacinamiento, o si se padece desnutrición. Se considera que un enfermo deja de contagiar al cabo de dos o tres semanas de estar tomando el tratamiento. La contagiosidad disminuye de forma importante desde el primer día del tratamiento, de ahí que aquellas que tengan algún síntoma compatible durante 2-3 semanas deban acudir al médico.
- Tos.
- Expectoración.
- Dolor torácico.
- Sangre al toser, procedente del aparato respiratorio (hemoptisis).
- Febrícula.
- Sudoración nocturna.
- Cansancio.
- Fatiga.
- Pérdida de apetito y de peso.
- En los cuadros más severos puede cursar con fiebre elevada, pérdida de peso y afectación extrapulmonar.
El tratamiento, bien hecho
Según explican desde la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR), el tratamiento es muy eficaz en los casos en los que los bacilos son sensibles a todos los fármacos antituberculosos (isoniacida, rifampicina, pirazinamida, etambutol y estreptomicina), y los enfermos mejoran desde el principio del tratamiento. Eso sí, el bacilo de Koch tiene una gran capacidad de protegerse contra estos antibióticos desarrollando resistencias cuando se emplean de forma individual. Por ello, siempre es necesario el uso de combinaciones de antibióticos. Además, si el tratamiento no se realiza correctamente, se abandona o no se toma regularmente, también se pueden producir resistencias a los fármacos y desarrollar una tuberculosis multirresistente, mucho más difícil de tratar.
También puede ocurrir que algunos bacilos queden latentes en ganglios linfáticos o en otros órganos (por ejemplo, pulmones), pudiendo producirse una reactivación. Las personas que presentan mayor riesgo de tuberculosis activa o reactivación de bacilos que quedaron latentes en ganglios linfáticos o en otros órganos como los pulmones son las personas mayores y los bebés, así como las personas con sistemas inmunitarios debilitados, debido a VIH/sida, quimioterapia, diabetes o medicamentos que debilitan el sistema inmunitario.
La importancia de estudiar el entorno
Es muy importante saber que una persona que haya estado en contacto con un paciente con tuberculosis puede contagiarse y desarrollar una infección, pero no la enfermedad.
Por ello, según la SEPAR, las personas que están en contacto con pacientes con tuberculosis deben ser estudiadas para descartar la existencia de nuevos enfermos e identificar a las personas infectadas con el fin de valorar si precisan o no tratamiento preventivo para evitar el desarrollo de enfermedad. A esto se le llama estudiar el entorno de los pacientes.
Además de esta vía de prevención, la vacuna para prevenir la tuberculosis (BCG = bacilo de Calmette-Guérin), cumplió el año pasado 100 años desde que se administró por primera vez en 1921. Es una vacuna viva, que contiene gérmenes atenuados en el laboratorio para que no causen daño, pero sí una respuesta inmunológica de defensa. Actualmente se aplica de manera habitual en los países de bajo nivel socioeconómico, donde la enfermedad es más frecuente.
Más grave con coinfección de COVID-19
La actual coexistencia de la COVID-19 con la tuberculosis ha influido en una merma
en la calidad y la continuidad de la atención a la tuberculosis, así como menos inversión en investigación y casos de coinfección de ambas enfermedades, que pueden ser graves y de mayor mortalidad, según ha advertido la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR). Ambas enfermedades pueden coexistir y pueden ser difíciles de diferenciar porque tienen síntomas comunes, como la tos, la fiebre y la disnea.